Confabulario
Manuel Gregorio González
Lo mollar
La esquina
Lo que le faltaba a Pedro Sánchez después del desastre de Galicia y su repercusión nacional inútilmente negada: un caso de corrupción política protagonizado por un pícaro de manual y que salpica al partido al que se arrimó y al Gobierno que lo cobijó y alimentó. Koldo García se llama.
De manual para corruptos. Siempre pulula alrededor del poder un ejército de desahogados sin mucho oficio ni beneficio que se ofrecen al mandarín más cercano como el que se arrima al buen árbol del certero refrán. Los servicios que prestan pueden ser diferentes según los casos, pero la oferta es común y global: fidelidad lacayuna. Obedecer en todo momento, hacer lo que haya que hacer y librar de marrones y otras suciedades al dirigente contratante y/o al partido acogedor.
Así se prospera. Así se pasa de portero de puticlub a guardaespaldas, de guardaespaldas a secretario particular, y después a mano derecha del ministro que administra el mayor presupuesto del Estado que también es número tres del Partido Socialista, el tercero que más manda en el PSOE a las órdenes del secretario general. Es su condición de persona de máxima confianza de Ábalos la que permite a Koldo García ascender a la categoría nebulosa de asesor del Ministerio de Fomento, colocado como consejero en una empresa auxiliar de Renfe o reñir y amenazar a un alcalde socialista (el de León) que se ha atrevido a ponerse reivindicativo con el jefe.
La mayoría de los arribistas, agradadores, recogecosas y mayordomos de los poderosos que se arriman al partido coyunturalmente en la cima se conforman con un buen pasar. Otros son más ambiciosos. Buscan la excelencia en su trayectoria vital y acaban volviéndose sensibles ante el montón y la calidad de las oportunidades que pasan por delante de sus ojos.
Es lo que debió pasarle a Koldo. ¿Por qué no aprovechar en beneficio propio –y de su esposa, y de su hermano, y de su amigo futbolero– la tupida red de contactos en las Administraciones y en el PSOE, la influencia vicaria crecida por la confianza de Ábalos y el relajo de los controles en las compras y adjudicaciones públicas durante la dramática emergencia del coronavirus para inventarse una empresa ajena por completo al sector y endosarle a Adif, Puertos del Estado, Canarias y Baleares miles de mascarillas a precio de oro? Un negocio redondo, edificado sobre el cohecho y el tráfico de influencias.
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