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salvador gutiérrez solís

Ciberdelincuencia: no los vemos, pero los padecemos

Ciberdelincuencia: no los vemos, pero los padecemos

Ciberdelincuencia: no los vemos, pero los padecemos

Recibes un mensaje de WhatsApp de tu hijo, hermano o esposa, diciéndote que se le ha averiado el móvil, que el número desde el que te escribe pertenece a la tienda en la que se lo están arreglando y que necesita urgentemente dos o tres mil euros porque ha perdido los billetes de avión o del tren que le trae de vuelta a casa, o porque acaba la megaoferta del ordenador que lleva intentando comprar desde hace meses o por cualquier otro motivo acuciante que afecta muy directamente a alguien muy cercano. Porque uno de los grandes éxitos de la ciberdelincuencia es su sensación de veracidad, de realidad. Está pasando. Consecuencia de contar con abundante información de nuestros hábitos, consumos, usos, movimientos...

Porque ese artilugio cada más sofisticado, que llamamos móvil, lo sabe prácticamente todo de nosotros. O tal vez lo sepa todo. Porque no es solo que le confiemos nuestros contactos, llamadas, mensajes o visitas a páginas web, es que por sus entrañas desfilan nuestras conversaciones, preferencias de compras, así como el dinero que hay en nuestra cuenta corriente, lo que debemos de hipoteca y la próxima cita del médico. Lo sabe todo. Y también nuestras búsquedas, nuestras fantasías (sexuales o de otro tipo), y muchos de esos secretos que no queremos compartir con nadie. Dónde hemos estado, o a dónde queremos ir, lo que hicimos hace dos años. Lo sabe casi todo, puede que todo, de nosotros. Y, desgraciadamente, eso propicia que alguien, que no sabemos quién es, también lo sepa. Posiblemente, hasta nosotros lo hemos autorizado a que sea así, por medio de uno de esos “acepto” que pulsamos sin leer. La intrahistoria interminable de nuestra propia claudicación.

La tecnología avanza, cada vez tiene un mayor peso en nuestras vidas, hasta el punto de que forman parte de ellas, de una forma natural. Están ahí, en nuestro bolsillo, en nuestras manos, frente a nuestros ojos. En teoría, y también en la práctica, nos facilitan mucho la tarea en el trabajo, también nos ofrecen multitud de posibilidades de información, ocio, investigación, etc. Debería ser nuestra gran aliada, tal cual. Todo es cierto, pero también lo es que se ha transformado en la caverna en la que se esconden multitud de delincuentes, a la caza de nuestro dinero y reputación. Y para lograr nuestro dinero optan por muy diferentes vías: la estafa, el robo de nuestras cuentas, la posesión y venta de toda la información que hemos ido dejando o la usurpación de nuestras personalidad. Según los datos oficiales, que imagino serán más, ya que todos los casos no se denuncian, se comete cada hora un delito de estas características. Los bancos reciben todos los días nuestras denuncias, que en buena parte de los casos cuesta mucho trabajo demostrar (y por tanto recuperar), ya que en la mayoría de las ocasiones somos nosotros mismos los que hemos autorizado (mediante un engaño) cualquier tipo de transacción. Así, de repente, podemos estar alquilando un piso turístico en Londres tras pulsar el enlace que nos ha llegado al correo electrónico. Ochocientos euros menos en nuestra cuenta corriente, cuando menos lo esperamos. Otro delito muy frecuente está relacionado con los anuncios de prostitución. Posibles “clientes” llaman al número que aparece en un “irresistible” anuncio de prostitución, y se topan con una red que los soborna.

Dicen que los delitos definen a una sociedad, y que estos evolucionan, habitualmente, a mayor velocidad de lo que lo hacen nuestros hábitos, relaciones, etcétera. Es decir, mutan, se adaptan a nuestro entorno, a nuestros usos y manejos, con tal de seguir logrando su gran objetivo. Los cuerpos de seguridad del Estado y los medios de comunicación no cesan de alertarnos de las nuevas formas que adopta la ciberdelincuencia. Nos cuentan con detalle cómo se organizan, los envoltorios que emplean, y aún así seguimos cayendo, una y otra vez. Y seguramente lo seguiremos haciendo, mientras haya un grupo de personas que emplean todo su talento (que debe ser mucho a tenor de sus “capacidades”) y tiempo en robarnos y estafarnos. Parece, también, que mientras existamos, habrá delitos, que forma parte del peaje por eso de vivir.

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