El mundo de ayer
Rafael Castaño
Formas de decir adiós
Una de las ventajas hipotéticas de la ley de Amnistía (en general, de toda esta política de reencuentro, para unos, de claudicación, para otros, de oportunidad, para él) parecía ser, así se vendió durante los debates previos, que terminaría con el procés. En fin, terminar termina porque impone olvidar los delitos cometidos en su marco y todas sus consecuencias (está por ver si las malversaciones entran o no, pero, con carácter general, el tema judicial, las penas y lo que conllevaron está finiquitado, salvo que el Tribunal Constitucional se la cargue dentro de equis tiempo, que también está por ver). A lo que me refiero es que se nos dijo que la amnistía (la que antes bajo ningún concepto y ahora a toda costa) era una continuación más o menos lógica, y esperable, de los indultos, que ya tuvieron su miga, y, sobre todo, un mecanismo de punto y final, como mínimo de punto y seguido, porque la política de confrontación jurídica con los independistas que quebrantaron la Constitución y desafiaron al Estado (en aquel entonces, todos de acuerdo con esto) no llevaba a ningún sitio. El criterio público de los impulsores no independentistas de la amnistía era que con esto se abría un tiempo nuevo de diálogo, de encuentro, de todo lo bueno que nos habíamos perdido por papistas y cabezones.
La realidad es tozuda, sin embargo. Illa, uno de los tipos moderados y aprovechables del neo-socialismo reinante bajo el presidente-sol, que también era anti-amnistía, como todos, y ahora es pro, como la mayoría, ganó las elecciones en Cataluña, como es sabido, y con ello se lanzaron los heraldos a santificar las bondades de la ley, aún entonces non-nata, para eso, para el fin del procés, pero parece hoy solo espejismo. Turull, uno de los condenados, indultados, ya amnistiados, preside el Parlament. Junqueras, otro de los condenados, indultados, ya amnistiados, manda y mandará en ERC y, si no, será Rovira, huida, ya amnistiada. No está claro que ERC apoye a Illa en una investidura potencial que ni siquiera es seguro que se proponga. Puede Turull, con independencia de los números reales que salgan, proponer a Puigdemont, huido, amnistiado y espoleado a categoría de líder por las manifiestas y rotundas renuncias del Estado, hechas en estricto e inmediato beneficio del sujeto en cuestión, obviamente, y de la obscena escenificación de la investidura del gobierno. Siete votos necesarios para dos objetivos que no eran de país, sino de tipos concretos. Y los melones siguen abiertos: financiación independiente, independencia como fin.
Jurídicamente la amnistía es tremendamente discutible. Personalmente no albergo dudas de su inconstitucionalidad, pero asumo que puede no ser el único criterio. Políticamente es solo una estafa: ni apacigua al país, ni debilita a los amnistiados, ni reencuentra personas o territorios. No entierra el proceso, lo reprocesa. Como se hace con la basura.
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