Hay victorias rutilantes, éxitos estratosféricos, amplificados por los fogonazos de los flashes. Y hay victorias igual de rutilantes, éxitos tan estratosféricos como los primeros, que pasan desapercibidos para el gran público. Yo, cada día más seducido por el encanto de las inmensas minorías, casi silentes, casi ausentes, voy a darle bola a una que conozco de cerca, a ver qué pasa. Hace un par de años, un tipo orondo, enorme, paseaba sus huesos, y sus muchos kilos de más, jugándose su prestigio y, normalmente, su alma de luchador, porque la criatura no sabe competir si no lo apuesta todo, por el Norte de España. Horas de esfuerzo y trabajo diario, de lunes a viernes, fuera de su casa, en empresas de otros, en camas de hotel. Ganándose la vida con fuerza y honor. Casta que tiene.

El problema fue que el tipo enorme estaba ya demasiado enorme y el chasis le dio un susto considerable. Un galeno poco diplomático le dijo sin dramatismo que del susto generalizado salía, le falló casi todo lo que podía fallarle, pero que o ponía remedio ya o las malvas lo acompañarían pronto. El médico no sabía que, a esas alturas, se había comido probablemente gran parte de las vacas de Euskadi, como me contó pícaro después de la tormenta. El camino de separación de un prematuro descanso eterno que apuntó el doctor tenía peso: 100 kilos menos, mínimo. Mi colega, el tipo grande, se asustó convenientemente y, como tiene una voluntad férrea, forjada con buena materia prima maña, tardó cero coma en tomar la decisión que ha cambiado su vida. Con un formidable apoyo médico especializado, cuya búsqueda le ha merecido la pena, se dispuso al empeño telúrico de domar su cuerpo, sometiéndolo, y templar su mente, para que ésta mandase ya siempre. Perdido bastante peso, a base de dietas controladas, ejercicio adecuado y, sobre todo, modificación de las pautas de alimentación, estuvo en condiciones de afrontar la intervención quirúrgica que completaría la transformación que su salud requería. Tras la operación, más control de alimentación y ejercicio, ya a tope, porque él es así. Y, hasta hoy, sano como una pera.

El tío ha perdido más de 120 kilos en 18 meses, más de la mitad de todos los de menos en el último año. Ha recuperado su pasión por el ciclismo y se pega unas tundas, Miguel Induráin al lado incluido, más que considerable. Y, si todo va bien y nadie lo remedia, el mítico Leoni volverá a subir la Quebrantahuesos el próximo mes de junio.

El tipo enorme, mi amigo, José Miguel Romeo, consultor de primer nivel, recién involucrado en ciberseguridad y transformación digital, después de haber salvado antes yo qué sé cuántas empresas, ha escrito un libro de próxima aparición, "Yo vencí a la obesidad mórbida", para que otros también puedan. Y, eso, es un triunfo gordo. Otro más de la casta de Romeo.

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