De siempre, para nosotros, la cosa no está fina. EL tono histórico contemporáneo de la ciudad viene a sonar como una queja permanente, una pupa viva, solemne, como un teatro romano, precioso el lamento en detalles, como una filigrana califal. Córdoba respira pesar. Nada nos sale. Nadie nos arropa. Ninguno nos entiende. Con lo que hemos sido. Y, constatado el fatalismo de nuevo, ponga, tabernero, otro medio, pero no diga , que hablando poco se está bien, pero callao se está mejor. Sipote.

Yo, que soy de aquí, pero que decido, para ser yo de verdad, habitarme más bien fuera, no he terminado de comprender nunca por qué nos quejamos tanto de la oscuridad, que muchas veces es cierta, profunda e injusta, cuando pocas veces acertamos a ponernos de acuerdo en encender, al menos, una cerillita. Córdoba tiene muchísimos valores y tremendas opciones para apurarlas. Córdoba tiene personas emprendedoras, por un lado, y currantes, por otro, que llevan a sus espaldas el remar contra corriente: querer hacer aquí, querer crecer aquí, querer progresar aquí. Esas personas, ¡sorpresa!, en ocasiones, lo consiguen: ¡carajo, triunfan! ¿Por qué? No estoy seguro, pero me imagino que invierten el menor tiempo posible en solazarse en las dificultades, que las hay, como en Cuenca, Badajoz, Murcia o Palencia, digo yo, y el máximo posible en empujarlas para, si pueden, derribarlas, y si no, sortearlas. Son activamente optimistas, aunque tengan ojos para ver los problemas y oídos para escuchar (¡que sí, que es verdad!) lo difícil que es todo y la mala sombra que nos duele. Aprietan y ambicionan.

El reto fundamental que tenemos como ciudad es que esa gente dura y simpática, sonriente, resistente hasta de sí mismos, preparada, nos contagie a todos. Yo no sostendré nunca que no estemos orgullosos de nuestra historia, de nuestra grandeza pasada, de nuestro patrimonio o de nuestra tradición, pero sí reivindico que superemos la mera contemplación de lo que fuimos (por cierto, ninguno de nosotros, de los de ahora, ni Trajanos ni Almanzores) y le demos al botón de encendido, sin mirar tanto si el nuestro está más hondo, más duro, o más escondido que el del vecino. Quejarse menos, aunque haya motivo; hacer más, aunque sea injusto.

La Base que nos ha caído es una oportunidad. No es por casualidad. Hay un buen trabajo del Ayuntamiento, fundamentalmente, para verla venir y no dejarla pasar. Sin aspavientos, pero con constancia, haciendo que los demás se sumen o, al menos, no estorben. Se movilizarán millones de euros en los próximos años y ojalá se pueda aprovechar la mayoría por gente de aquí. Pero, para eso, puesta ya el agua a hervir, hay que meter el huevo a cocer. Las empresas y los currantes tienen que valer y estar a la altura. Sin excusas. No nos miremos el ombligo, con miedo por la competencia, que nos mira el futuro. Que depende de nosotros, de los de ahora. Que nos lo creamos. Y el medio luego, a boca llena, celebrando el éxito.

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