La ley de amnistía es un hecho consumado en el Congreso, aunque el Senado la vaya a someter ahora a una parálisis temporal que luego volverá a salvar la heterogénea mayoría parlamentaria que soporta al adocenado grupo socialista y a su líder, salvo que Puigdemont lo destroce si le interesa. Se ha escrito y dicho mucho ya sobre su incorrección constitucional, su naturaleza oportunista y su inconveniencia política, pero poco importa. Solo con el ánimo de dejar constancia otra vez: no tengo dudas de que la amnistía no encaja en la Constitución, lo cual no quiere decir que no pudiera cambiarse, y de largo es la versión más oportunista de práctica legislativa que se recuerde de cualquier de nuestros gobiernos. La inconveniencia política de la ley, que también he sostenido, palidece, no obstante, frente al mayor inconveniente que encuentro (cada día más, con más desesperanza y, por tanto, con mayor urgencia) para el país y para el Partido Socialista Obrero Español, por ese orden: el presidente del gobierno, Pedro Sánchez Castejón.

Pedro Sánchez, perdedor (desde la acción de gobierno) en las últimas elecciones (insisto en recordarlo en perjuicio del espejo mágico que le devuelve su mirada endiosada), fue investido presidente, como sabemos, legítimamente, por una mayoría que aquilatan señorías independentistas con escaso interés por el común del país (posición legítima también, sin duda: que haya diputados secesionistas es posible en democracia; que condicionen el gobierno de todos es menos comprensible). Un querido amigo me dice, con buena voluntad y sincera preocupación, que no es muy partidario de la amnistía ni de los secesionistas, pero que 1) no tiene una posición cerrada al respecto y 2) lo consiente, con tal de que se hagan políticas de izquierdas. Esto es, si ese el precio, aunque sea alto, páguese. No lo comparto, pero lo respeto. Y hasta lo creo, que mi amigo lo crea, quiero decir. El problema es que Pedro Sánchez revienta todos los puentes, hasta ése. Suponiendo que fuera cierto que practica una política de izquierdas, suponiéndole también bondad apriorística a tales políticas si se hicieran por él, y suponiendo que exista en su planteamiento, el de Sánchez, una voluntad de servicio al interés general, cualquiera de esas intenciones se plasmaría en los presupuestos. Sánchez, que hace dos días defendía la continuidad de la legislatura porque la mayoría que lo sostiene aprobaría los presupuestos, sus políticas, ha ordenado la paralización del intento, obligación constitucional y responsabilidad política de cualquier demócrata, incluso de perfil bajo como el suyo, porque los perdería. Cero presupuestos, cero políticas. Mierda seca.

Sánchez es un desastre innecesario e inmerecido. Es urgente articular una alianza democrática que lo expulse de nuestro día a día y lo arrincone en la mala historia pasada. Y recuperar el país. Y recuperar, por favor, el Partido Socialista. Antes de que los reviente.

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