Mañana es el día. Al fin sabremos qué. Pase lo que pase, ocurra lo que quiero o no (ya habrá tiempo para valorar y, espero, aliento, si gana Biden), es mañana. He escrito sabremos qué, no solo quién. La elección que esperamos como agua de mayo, y que tememos como aceite de ricino, es plebiscitaria. Lo hemos asumido hasta poner todos los huevos (los nuestros, los suyos, y algunos prestados) en la oportunidad de apartar con estrépito a Trump, en efecto. Pero por mucho que polarice y contamine ese tipo, no lo es todo. Vencerá la percepción, porque eso es la política, percepción.

Lo que decidirán nuestros amigos convocados por la Historia es seguir percibiendo Estados Unidos como Trump lo ha exportado o reconstruir un país amable, como haría casi cualquiera y encarna hoy Biden. El cuadragésimo quinto presidente en la clasificación estadounidense ha conseguido trasladar en su propio país, y también al mundo, una América agresiva, dividida, insegura, racista y prepotente. Nunca hasta ahora se encontraron tan pocas fisuras en la torpeza de una administración para fundar un criterio similar, tan extendido y certero, como en la actualidad. Frente a esa dinámica destructiva a marcha martillo, prescindir de Trump permitirá abrigar la esperanza del cambio imprescindible en Estados Unidos, otra vez en el propio país y también para el mundo, y rehacer lo dañado y, es más, avanzar para ofrecer una América pacífica, colaboradora, inclusiva, fiable y sólida.

No son solo palabras. Trump ha puesto su ego personal por encima de los intereses de sus ciudadanos y, sin gozar del respaldo mayoritario de la unión diversa que fundamenta y vertebra Estados Unidos de América, "e pluribus unum", ha adjetivado su país con los defectos que él celebra como personaje-magnate-dirigente-showman. Un histrión; de todo, menos líder. En cambio, la mejor América todavía hoy silente puede alzar la voz y sentar con contundencia, mejor cuanto mayor la diferencia, que más convienen vínculos de paz, asegurados con diplomacia y fortaleza, que matar generales iraníes o transar con Kim Jong-Un solo por una foto (pacífica); que "America First" no es "America Alone", porque liderar el mundo libre no es prescindir del mundo (colaboradora); que el crisol del éxito americano no lo forjó un muro, sino el esfuerzo personal (seas como seas), la suma de los distintos y los derechos civiles (inclusiva); que el cargo no se ocupa sin reglas por twitter (fiable); que se necesitan, ellos, y los necesitamos, nosotros, soportando la carga y tirando del carro, Tierra de Libres, Hogar de Valientes (sólida). Y eso ya no es solo un plebiscito, es la elección. Y, entonces, Biden, para recomenzar.

Un mambo, escribí, Trump es un mambo. Ritmo contagioso, letra estúpida e inconsistente. Y puede terminar, por fin. Verlo caer. 270 to win. Y respirar. Y reconstruir.

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