Cinco y, sin bromas, fin. En Madrid, sin tilde. Todo a la madrileña, como los callos con que no se atreve la presidenta. El baile que solo necesita un ladrillo. El tío quieto como un pasmarote, pero desafiante en la parada; dejándose llevar sobre su mismo eje, pero aparentando saber qué se hace. Tres pasos a la izquierda y tres a la derecha, vuelta y en el sitio. El chotís mexicano del maestro Lara convertido en el chotis madrileño de estos chulapos y chulapas.

La única duda de este baile lento, agarradito, que ha sido el danzón de estas semanas, es por cuanto ganará mañana Ayuso, si por mucho o por muchísimo. Y es importante. Si gana por mucho, una derecha desacomplejada, más libertaria que liberal (¡qué pena da la perversión de los conceptos!), le habrá dado un bofetón enorme a la ortodoxia sanchista (antes anecdótica en la socialdemocracia española y ahora imperante, porque tiene el botón nuclear de repartir asientos mullidos), pero comenzará un problema para todos, porque la otra derecha, la del más allá, que no tiene complejos tampoco, pero cuyo ideario es un peligro, mandará, primero en chorradas y luego en las cosas de comer. Si gana por muchísimo, el bofetón será mayúsculo igualmente, y merecido por tanta tontería pseudo-estratégica (recuérdenlo, queridos compatriotas), pero el abismo blanqueador de los titanes patrios se nos quedará algo más lejano.

La izquierda, o lo que quede de ella, perdió las elecciones cuando las convocaron. Asumir en el minuto uno que la segunda fuerza de Madrid duplique sus escaños del tirón con solo sacar a pasear los votos no sugiere un triunfo. Alguien tendrá que mirar por qué. Y, a pesar de esto, dicen los expertos que hay una posibilidad sobre seis de que la izquierda sume. Yo digo que hay seis de seis de que si suman lo hagan. Y esto se leería como una victoria, pero no lo es en verdad: sería aprovechar el parlamentarismo para tapar un fracaso clamoroso que ya se paladea. Separar la realidad del parlamentarismo porque una suma sume no es un buen reclamo futuro. Ayuso no sería presidenta, sería mártir.

La derecha depende de su extremo. Y la izquierda depende de su extremo. Esto enseña Madrid. Y este es nuestro nuevo drama. Porque la gente corriente está en el medio, a un lado más próximo de un cabo o del otro, pero en el medio. Por eso hay orfandad, porque, aunque no queramos radicalismos, un puñado de escaños locos pueden inclinar la balanza y la desequilibran. Gobernar ya no es un chotis que vuelva al sitio en un ladrillo, es darse con un ladrillo en la cabeza, perdiendo el sitio, porque se mueven, para poder estar, tres pueblos a la derecha o tres pueblos a la izquierda.

Mañana, pase lo que pase, que pasará, debería ser el comienzo de una reivindicación tras la fatiga. No falla el baile, amigos, fallan los bailarines. Nunca antes hubo tanto tonto, tonta, tonte, en el mismo momento histórico con tantas balas. Y, a todo esto, Felipe sin dimitir.

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