Me pillan ustedes en plena crisis. Decaída. Más allá de lo sanitario, lo económico y lo social, ando medio hundida por cumplir edad redonda y hacer balance. En crisis -perdonen la frivolidad-. Me siento un fiasco vulnerable y mayor. La pandemia, flaco favor, con impacto directo en la percepción. Hay quien dice que es biológico, quienes mantienen que es fruto de autoexigencia, pero no hay quien me mueva. Un fiasco.

Lo cierto es que estoy en crisis, entre otras cosas, porque no dejo de cruzarme con chavales de veinticinco de los que yo me siento tan cerca y constato que no lo estoy, que estoy de caída; jovenzuelos a los que miro de igual a igual y percibo que ellos me observan lejana y señora. Pandillas de zagalas de piernas y melenas largas en las que yo creo que tengo cabida y al poco me percato de que, en realidad, siempre fui paticorta, que me urge sanearme las puntas y que las canas que asoman no son confundibles, en ningún caso, con posibles modernos mechones platino.

Que no digo yo que cada edad no tenga lo suyo, pero que sigo incrédula por esta que estreno. Lo de llegar a la nueva década solo se diluye por hacerlo a la par de todos los que nacieron conmigo. Obvio. Les desarrollo. Por todos pasan los años, también por aquel novio adolescente de tu amiga, que estaba como un queso y que de repente se parece tanto a ese tipo con tripita y considerables entradas que está empujando a la niña en el columpio de al lado. Y aquel señor mayor que pasa mientras esperas recibir al pie del tobogán a tu vástago, era el de dos cursos por delante que tanto te gustaba. El novio chulazo de tu íntima de entonces, por el que derramó ríos de lágrimas y que juraste que jamás le dirigirías la palabra, de repente es el director del banco que te ofrece mejores intereses -juramento roto, evidentemente-.

Y así, en una ciudad como la nuestra, la mala pécora de los sábados en aquel San Hipólito, el pibón oficial de los botellones del Tablero, de repente -no tan de repente- se ha convertido en la mamá rellenita del niño que cae de la bici con ruedines, mientras tu hija muestra, sin punto de apoyo, destreza y soltura; de esa que su madre jamás mostró en las agrobarras de principios de siglo. Piques insanos, que las calvas comunes de los consortes relativizan. Sí, fiasco, simple y un poco ruin, que esas miserias generales, atenúan mi crisis. Velas y deseos de corregir éstas y otras disfunciones. Felicidades.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios