Cumplirlos es un privilegio. Significa que aquí seguimos y, qué quieren que les diga, a mi esto me gusta bastante. Acumular experiencias trae consigo las buenas y las no tanto, pero compensa. Más de cien mentiras, cantaba Joaquín. Pues puede ser que incluso con alguna menos ya sirva.

A estas alturas conviene repasar algunas imágenes que retraten a uno, tal y como percibe que se las mandan los demás. Mi mujer me dice, mucho últimamente, que le recuerdo al viejecete mayor que protagoniza la fantástica película de animación Up, el señor Fredicksen. Carl, que así es su nombre de pila, le recuerda a mí porque tiene pelo abundante, blanco ya blanquísimo, corbatea de costumbre y lleva tirantes. Yo suelo cumplir con uniforme diario que incorpora corbata, los tirantes me sirven mucho para completar el atuendo y evitar el salto infernal de mi barriga y, a últimas horas del día, el pelo -que no es tan blanco, pero que ya no es moreno- está alborotado por el efecto de la mano izquierda que piensa mientras escribe la derecha. Graciosa. Le perdono el cuadro porque se lo perdono todo (y porque también acaba de cumplir los suyos, aunque su pacto funciona a lo Benjamin Button, cada año más joven).

Mis nenes, que son ya grandes, llevan años diciéndome que soy un clon de Flo. En casa no conocemos a Florentino Fernández, pero desde hace ya mucho tiempo, cada vez que sale por la tele, gordote, yo lo estoy más, burrete, yo lo soy más, cara ancha, papada y narizón, qué les digo yo ahora, se descojonan en estéreo y me miran para colgarme su repetido y machacón "eres igual, papá". Si esto lo hacen delante de mi madre, ella, con buen criterio, monta en cólera. Tampoco sé por qué, la verdad, porque Flo es divertido y agudo. Pero eso pasa.

Mi madre, ¡ay, mi madre! Para mi madre soy un fenómeno, cosa que no es ni cierta ni cercana. No estoy gordo, sino fuerte y hermoso. No estoy viejo, sino trabajado. Y, lo que es más importante, no hago nada mal, sino que las cosas a veces pasan porque sí. Es irreal como la vida misma, pero, de vez en cuando, en mitad de las tempestades, ciertos refugios reconfortan, como no hace la vida misma ni de broma. Como bien suponen, soy para mi madre el chico.

Llegados aquí, ¿yo qué veo? Si cualquiera espera confesiones escabrosas o alabanzas desmedidas, que siga sentado. Soy, primero, pudoroso, y me desnudo poco, por si ganase o perdiera con el cambio y la mudanza. Así que confieso solo que hay malo, pero es mío, y reconozco que bueno también y tiene la misma titularidad. Eso sí, como todos, capaz, creo, de lo mejor y de lo peor y, lo que es mas complicado, casi al mismo tiempo, pero el balance es éste: ni Fredicksen, ni Flo, ni chico, aunque agradezca todos; ni siquiera Ricardo Vera, solo Ritxar a secas, con su cierto blanco y sus puntos negros. Por supuesto, hijo, marido y padre. También hermano y amigo. Y, tras 47 velas, viajero para henchirlas y seguir navegando (contigo).

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