Los votantes de los dos países que protagonizaron el reparto del poder mundial nos han regalado un liderazgo que todos los demócratas occidentales detestamos. La democracia tiene estas contradicciones dolorosas: un tipo, cuyas ideas y prácticas aborreces, asume el poder, en contra de tus convicciones e intereses, y hay que aguantarse. Pero también hay que combatirlo.

No iba a insistir en el fenómeno oscuro del presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, pero sus salidas de tono, su estilo bronco, y su escaso -y temible- programa político, lo convierten en el referente más claro de lo que no quiero. Por supuesto, Trump no resiste ni un solo segundo la comparación más primaria con su antecesor, y todavía presidente, Barack Obama. Si revisamos el discurso de despedida de Obama en Chicago y la rueda de prensa del día siguiente de Trump, saltan las alarmas con razón. Tres ideas fuerza: una, la prensa libre lo va a tener complicado; dos, un muro de xenofobia impregna su mensaje; y, tres, es -según él mismo- la mayor creación de Dios para crear, también, empleo. No resiste la comparación, insisto, pero es irrelevante, porque la única posibilidad constitucional para despedirlo es un "impeachment", tan ilusorio hoy como improbable.

El riesgo de Trump se amplifica porque ha situado a un tipo mucho más listo, y aun más peligroso, en el escenario político del liderazgo mundial: Vladimir Putin. Diferencias: Trump podría desinflar sus ideas con el ejercicio de gobierno, si los demócratas salieran de su estado catatónico y algunos republicanos decentes no siguieran al futuro presidente hacia el vergonzoso espectáculo que presagia, pero Putin lleva dirigiendo su país con una política filofascista desde hace decenios - no son bravuconadas, son acciones de gobierno- y tiene por delante más de la mitad de su mandato con serias perspectivas de reedición. Hasta el momento, Putin había perdido paulatinamente su influencia global pero la alianza, estratégica o forzada, con el nuevo gobierno americano, refuerza sensiblemente su posición. Es una etapa nueva con dos dirigentes, el muy consolidado Putin, que ya no estará esquinado, y Trump, líder voluble del país más poderoso del mundo. ¡Temblad, malditos!

Sobrevivir los próximos cuatro años en el contexto global no resultará fácil porque estos gobiernos no son solo un paréntesis bochornoso. Los votantes de ambos países han respaldado a sus líderes, no salen de la nada. Lamentarse por el resultado no lo cambiará. El desafío real es minimizar su impacto y organizarse para cambiarlo y, sobre todo, impedir una intoxicación en nuestras democracias que conviertan la era Trumputin en una epidemia sin vacuna posible. Para esto, sí que necesitamos un muro y sí que tenemos que pagarlo. Empezando ya.

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