Ya no hay excusas. Sin lugar a dudas, se ha terminado la pausa de Navidad y vuelven a nuestra agenda los compromisos, las prisas y las semanas normales, que comienzan en lunes y terminan en viernes. Nos queda solo el fin de semana para reconciliarnos con el ocio. Es lo que hay y, posiblemente, lo que debe haber.

Estrenado este 2017, el panorama global es complicado. Va a ser un tiempo de serios cambios y de retos que deberemos afrontar y que nos van a afectar, lo queramos o no, nos importe o no. En el plano interior, a escala nacional, el calendario marca que nos toca lidiar con la apuesta del gobierno de Cataluña por la independencia. No es poca cosa. La deriva de los acontecimientos se precipita peligrosamente hacia un futuro muy incierto. Ya he expresado muchas veces que, personalmente, no tengo miedo a contraponer modelos, que creo que este país compartido que tenemos puede servir eficazmente para albergar distintas maneras de ser y sentirse parte del mismo, pero también comprendo que si la voluntad de marcharse de un Estado, visto y entendido como lo que es, una elaborada pero simple ficción jurídica, fuera totalmente cierta, y respaldada mayoritariamente, no la para nadie. Eso es lo que me preocupa. Tal como están las cosas, me temo que la solución pase por imponer la permanencia en lugar de procurar el deseo de unidad y eso puede ser un episodio nuevo de la separación. Hay que pensar seriamente si somos atractivos como compañeros de baile.

Fuera, los interrogantes son mayores. Francia celebra elecciones presidenciales con una candidata liderando las encuestas que puede llevar al Frente Nacional a la Presidencia de la República. A la vista de los resultados en los últimos combates electorales en el mundo, temamos lo peor. Si Le Pen no lo logra, es una obligación reformar nuestra política común hacia el federalismo europeo para evitar que pueda ocurrir. Si lo consigue, la Unión que no hemos querido tener estará muerta.

En ese mismo escenario, el Reino Unido afronta el primer año de la negociación de su salida y lo hará con la muy probable sucesión en la Corona, que puede añadir más incertidumbre, con un gobierno de Su Majestad que no parece exudar carisma. Una Europa debilitada, con un apoyo popular mínimo, todavía puede hacerlo peor.

Y, definitivamente, Trump. La amenaza permanente del terrorismo islamista global, la relación de fuerzas con Rusia, la potente economía china, las relaciones multilaterales y Trump en la Casa Blanca, con todo el poder en sus manos. Nadie sabe lo que hará y todos aguantamos la respiración porque este castillo de naipes se cae soplando un poco. Y Trump parece ser un vendaval.

Pues lo dicho, que el reloj marque las horas y que lo podamos contar. Pase lo que pase. Que va a pasar.

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