Sombras y luces de Kissinger

Kissinger fue un hombre marcado por el contexto de la Guerra Fría y la obsesión de aislar a la Unión Soviética

La muerte de Henry Kissinger a los cien años de edad ha provocado cientos de opiniones sobre quien fue uno de los personajes fundamentales para entender el Orden Mundial desde la Segunda Guerra Mundial, por encima incluso de presidentes de los Estados Unidos a los que asesoró, tanto desde la perspectiva externa de su cátedra de Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard, como desde la misma cocina de la seguridad exterior o la secretaría de estado con su admirado presidente Nixon.

No han faltado, por supuesto, las críticas feroces a su gestión hasta convertirlo poco menos que en un criminal de guerra, sobre todo basado en su protagonismo sacado a la luz como con sacacorchos en situaciones sombrías como la operación del derrocamiento de Salvador Allende en Chile o la gestión de la crisis en Indochina que, paradojas de la vida, acabó sin embargo con la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1973. Incluso en nuestra historia reciente española, hay quien lo vincula con el atentado del almirante Carrero Blanco en los estertores del franquismo y que de algún modo trastocó el camino ya esbozado hacia la democracia.

A mí, con todo lo anterior, siempre me ha interesado mucho la figura de Henri Kissinger, por muchas razones, empezando por la biográfica. Judío nacido en Alemania en el ambiente renacido de Weimar, a los quince años la familia huyó de aquel incipiente imperialismo pronazi para encontrar acomodo en Norteamérica. Se dice que su perfecto dominio del alemán fue muy útil para el ejército americano al que sirvió, ya nacionalizado, en la Segunda Guerra Mundial. Más tarde en la universidad, su conocimiento de las armas nucleares y un pragmatismo de hierro lo acercaron a la primera línea, donde desplegó todas sus habilidades.

Kissinger fue, sobre todo, un hombre marcado por el contexto de la Guerra Fría y la obsesión occidental de aislar al máximo a la Unión Soviética, lo que le llevó al acercamiento a la China de Mao, posiblemente la operación más audaz en lo que a estrategia geopolítica se refiere del pasado siglo y que, me temo, nunca fue valorada en su justa medida. Su muerte, además, casi me pilla leyendo su último libro, Liderazgo (editorial Debate), una suerte de epitafio con esclarecedores perfiles de seis líderes mundiales de su época, y que todo aquel aficionado a las relaciones internacionales no se debería perder.

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