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Nunca los partidos nacionalistas han tenido tanta presencia en el Parlamento Vasco como ahora. Quedan lejos los tiempos en que el PSPV era el partido más votado y hasta se permitía el lujo de ceder la Lehendakaritza al PNV, o cuando la llamada “socialización del dolor” de los terroristas permitió fugazmente la unión de los dos grandes partidos. Hoy, el olvido deshonroso de ese mismo terrorismo con la consiguiente habilitación de sus marcas electorales, la creciente polarización política española y los buenos réditos económicos que dan el ser sostén de un poder tan débil, han volcado el voto hacia las opciones más secesionistas, de derechas o de izquierdas, como un nuevo independentismo soft más ocupado en vivir de espaldas al Estado que fuera de él.
Esto no significa, al menos de momento, que ello traiga necesariamente una vuelta de tuerca independentista. Tanto en el PNV como en Bildu existe un considerable porcentaje de votantes que no encajan en el perfil rupturista que a menudo se les asigna. El partido hegemónico de la burguesía vasca retiene a duras penas el poder apoyado principalmente en el voto refugio de raíz conservadora no necesariamente secesionista. Bildu, por su parte, es un grupo más complejo de lo que se dice, algo más (aunque también) que los herederos de las metralletas del tiempo en que fueron declarados ilegales, aunque algunos insistan en remarcarlo. Es, de largo, el partido más votado por la gente joven, y el tiempo transcurrido sin atentados ha favorecido su perfil más social, a lo que sin duda ha contribuido la labor de blanqueamiento ordenada desde Madrid. Aunque por aquí nos cause cierta sorpresa y hasta desazón, la izquierda abertzale más tenebrosa ha acabado por aglutinar a la otra izquierda. Su importante crecimiento en escaños coincide con el batacazo de Podemos, monaguillo de ocasión de sus delirios transformadores e identitarios, y que llegó a tener once no hace demasiado tiempo.
Esta conformación, digamos compleja, del nacionalismo vasco que sale de las elecciones del pasado domingo nos deja sensaciones contrapuestas. La intención declarada del PNV de pactar con los socialistas no parece atisbar un cambio sustancial en la relación con el Estado, pero la consolidación de una mayoría nacionalista cualificada como pensamiento hegemónico allí dificulta, y bastante, el deseable pacto constitucional que tanto necesita España.
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