Confabulario
Manuel Gregorio González
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Paisaje urbano
No sé si a ustedes les pasa como a mí, que cada vez que hago zapping ascendente por la interminable ristra de canales de Movistar hasta llegar al fútbol, me tropiezo dos y hasta tres veces con el tal David Broncano, arquetipo de presentador de la pujante industria woke, modernito y desvergonzado, y sus entrevistas a gente por lo general joven y por lo visto muy conocida, a pesar de que a mí por lo menos no me suenen de nada. Suelen ser habituales de su plató jocosas mujeres muy empoderadas, de esas que alardean de estar liberadas de todo. De ropa, desde luego, aunque no se conozca queja o denuncia de ninguna asociación feminista y subvencionada.
Por lo visto, el presidente Sánchez ha puesto el ojo en el joven presentador, hasta tal punto de ordenar que su programa, La Resistencia, esté el año que viene en el prime time de la televisión pública española con el objetivo confesado de hacerle sombra al programa El Hormiguero que todas las noches triunfa en la competencia. Como soy de radio no lo sigo, pero cuentan que el presidente no soporta a su conductor, y mucho menos que lo critiquen allí más de la cuenta. Ya hay que ser torpe para llevarse mal con un tipo como Pablo Motos, prototipo del españolito de provincias, que tampoco parece que sea la reencarnación de Antonio Herrero precisamente.
El problema reside en que, dicen, el tal Broncano y la productora El Terrat no son tan simpáticos cuando se trata del dinero, y les piden quince millones de euros por temporada, sin posibilidad de rescindir el contrato por baja audiencia, lo que supuso la negativa en redondo de la anterior presidenta interina de Televisión Española, la cual ha sido fulminantemente cesada, y en su lugar han puesto a una periodista de tercera fila pero, para no perder la costumbre, afiliada por supuesto al Partido Socialista.
Lo malo de todo esto no es la manifiesta falta de idoneidad del programa para una televisión pública, ni la discutible calidad de sus contenidos, que a la mayoría no gustará (de hecho, sus niveles de audiencia son bastante pobres). Lo peor es la utilización de lo público, otra vez más, con total descaro, para fines partidistas y sectarios. Pero esto es lo que hay, lo más explícito de esta sociedad complaciente y posmoderna justo después del telediario. Siempre será mucho más agradecido responder, aquí sí, elocuente y decidido, a las gracietas del gamberro de Broncano.
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