Gran Bretaña tendrá dos fronteras terrestres con la Unión Europea: una en la isla de Irlanda y otra aquí, en el sur de Europa, una estrechita que genera una extensa polémica histórica, política y social de pertenencias, soberanías, tratados y, supongo que seguirá siendo así, decepciones. La obligación es proteger a los nuestros cuando las crucen. Lo demás son vainas.

El llamado Tratado de Retirada del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte de la Unión Europea, y también del Euratom, ha sido objeto de una batalla estéril por parte del gobierno del Reino de España, sus socios de la Unión, y el gobierno de Su Graciosa Majestad. Tras casi dos años de dimes y diretes a cuenta del Brexit, que es el mayor disparate de los próximos años, cuyo impacto en el Reino Unido es incalculable pero que no lo tendrá menor en toda la Unión, nos estalla en el tiempo de descuento para retratar la posición de la Unión sobre el aspecto rocoso de la situación de Gibraltar. El tratado no recoge la posición española, algo así como tener la última palabra en el seno de la Unión con respecto a Gibraltar y su relación con Europa.

Posiblemente, alguien en el gobierno de España, o mejor, en el sustrato común de los gobiernos de España, sea cual sea el color ocasional que pinte, si es que hay alguno, debería comenzar a pensar que el asunto de Gibraltar en términos de soberanía solo se ve así aquí y que en el resto del mundo se contempla esta situación con mayor realismo y pragmatismo: Gibraltar está, y no hay señales razonables de que vaya a cambiar, bajo la soberanía británica, primero por causas históricamente consolidadas, probablemente abonadas por una sucesión de torpezas y debilidades patrias, y en la actualidad, por una firme voluntad en ese sentido de la población gibraltareña. El discurso de la soberanía española solo se mantiene de farol, porque alterarlo en términos más prácticos podría interpretarse como una quiebra del planteamiento español en otros problemas territoriales. Ésta es la verdad: España sabe que de soberanía, cero, aunque de vez en cuando nos entretengan a los españoles.

El veto español anunciado y no practicado por un compromiso interpretativo endeble y estrictamente retórico no ha fortalecido a España ni al Reino Unido. A la Unión, ni le da ni le quita, porque el verdadero escollo no es el Peñón: el problema es lidiar con la salida de todo el Reino Unido. A Gibraltar, en cambio, lo fortalece porque es coherente con su planteamiento inicial: ni querían Brexit, ni querían soberanía española; su posición se ha basado en garantizarse la permanencia de su modelo: soberanía elegida y prosperidad económica y social. Con tanta tontería, lo que me pregunto de verdad no es por qué Gibraltar no quiere ser español sino por qué no queremos nosotros ser gibraltareños.

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