Subir impuestos a los ricos para que soporten el estropicio suena bien. Lo malo es que no es verdad. Subir impuestos, o sacarse de la manga nuevas figuras, es una salida poco original y muy conservadora que, si se analiza, no resuelve, empeora, y, además, confunde. Subir impuestos no es una solución, es una trampa, porque, cada vez que haga falta, la actitud no será responder a la pregunta cómo hago más con lo mismo, o con menos, sino, directamente, dame más.

Los gobiernos ramplones son unos fenómenos. Nuestro país sufre por el impacto de la inflación, pero, ojo, lo pasa mal el país como suma de los individuos que afrontan el incremento de precios cada día, no el gobierno. La inflación provoca que, ganando lo mismo en el mejor de los casos, tengamos menos disponible; el gobierno, no. Sin aumentar la presión fiscal, el gobierno recauda más. En concreto, unos 20.000 millones de euros. La verdadera originalidad fiscal en tiempos de crisis inflacionaria residiría en aliviar la merma de los recursos disponibles de las personas rebajando los impuestos.

De esto, solo se conoce un ejemplo, la rebaja forzada del IVA a los servicios energéticos del 21 al 5. En ese caso, la mayor o menor cuota la determina el consumo, pero el recorte fiscal sobre el total del consumo es idéntico seas rico, pobre, medio pensionista o marsupial.

En cambio, la política fiscal ramplona que refiero precisa símbolos y, aunque no se bajen impuestos a la masa pagana de la fiesta patria, la antes conocida como clase media trabajadora, puede intentarse adormecer sus conciencias mediante la creación impuestos con una falsa apariencia de Robin Hood fiscal: vayamos a por los ricos, para que paguen más. A un esforzado currante puede sonarle bien que se exprima a un rico improductivo, solo porque se extienda la presión, pero el engaño se descubre pronto, porque incrementársela eventualmente a los nuevos obligados no reduce la que se aplica a los obligados de siempre.

Robin Hood se lo quitaba a los ricos para dárselo a los pobres y esto es distinto. Robin Hood se lo va a quitar a los ricos, pero los pobres ni lo olerán: esos recursos extra no servirán para rebajar la presión a los que ya vienen asfixiados. Conclusión: no es Robin Hood, es un fenómeno.

La verdadera revolución fiscal no está, desde hace años, en cuánto se recauda, sino en cómo se distribuye lo recaudado para garantizar servicios públicos de calidad. Eso es lo que debería definir a la izquierda, la derecha, o la madre que parió a ambas: que esto funcione. El dinero que maneja el Estado solo tiene dos procedencias: o es nuestro, o es de los bancos. Sus ingresos son nuestros impuestos o nuestra deuda.

Si con los ingresos que se tienen, más incluso ahora, sin hacer nada para mitigar el impacto de la inflación en nuestros bolsillos, no llega, no falla el sistema, falla el gestor. No es Robin Hood, solo Peter Pan. Comiendo aire.

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