Siempre he pensado que utilizaría vestidos de esos vaporosos que llegan hasta los pies y muy poca o ninguna ropa interior. Esta primera reflexión sobre el hecho de ser mujer es así de corta, aunque creo de verdad que sería una opción cómoda, y ubicado ahora ya por la comisaría de reparto de carnets en un comportamiento machista, quizás nos podamos poner serias.

El feminismo es estrictamente necesario porque tiene su raíz en la lucha y la conquista de la igualdad entre la mujer y el hombre. Sostener, aunque sea mínimamente, algún pero ante la igualdad es sencillamente limitarla. Es lo mismo que declararse materialmente contrario a la discriminación por razas, pero justificar que para ello no es preciso hablar de racismo y de antirracismo.

Yo no concibo una sociedad que desaproveche el capital humano que la mitad de su cuerpo puede aportar. Es estúpido desplazar, dificultar, entorpecer o lamentar que los seres humanos que componen nuestras sociedades no sumen todos del mismo modo para la conquista y disfrute, primero, de las mejores condiciones de vida y desarrollo personal en su esfera privada y, luego, aunque si se quiere, al mismo tiempo, de manera colectiva. El antifeminismo, el no-feminismo, o el feminismo con peros, que es lo mismo que un machismo camuflado, es una excusa torpe que no asienta el conservadurismo sino la involución. Es pegarse un tiro en el pie.

Es una realidad innegable la absoluta obviedad científica de la igualdad radical (ojo, no solo ideológica), es decir, de raíz, de origen; nacemos iguales. Bien, constatada esta verdad, la sociedad (construida, ésta sí, con premisas ideológicas y, por tanto, como causa o consecuencia de relaciones de poder, quien manda dispone cómo) constata también que la igualdad radical se desvanece, y no porque a quien se posterga no se esfuerce o juegue bien sus cartas, sino porque la estructura artificial de las sociedades impide que tenga esa opción, quebrando la igualdad de origen al sustituirla por desigualdades fabricadas que lo copan todo. Perfecto; una sociedad radicalmente justa tiene que removerlas, hacerlas desaparecer, y ahí se sitúa el feminismo, en eliminar los peros: iguales y punto. Crítica simplista: iguales, sí, pero no más. Vale. Es preferible pagar por exceso, dado el histórico desfase que acumulamos, que exigir, irónicamente, una precisión milimétrica en la igualdad reconquistada. Eso también es un pero.

Como en toda lucha, los caminos son diversos y algunos nos pueden parecer confusos, incómodos y hasta desagradables. Siempre hay charlatanería más inspirada por la forma que por el fondo, bosques y jardines. Pero hay una esencia central: iguales y punto. Yo, que no soy Ricarda, identifico la mía en tres nombres, porque otros que podría señalar ya me trajeron hasta aquí: Laura, María, Andrea, sabéis lo que sois; pelead para que nadie os diga cómo serlo. Mañana también.

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