No tengo nada que ver con mi amiga María, ni Nuria con Cristina, ni Raquel con Macarena. A primera vista, y a segunda, pudiéramos no resultar afines, nuestras vidas son muy diferentes, nuestras opiniones y nuestras actitudes, también. No, no nos parecemos en nada. Sin embargo, entre nosotras existe un vínculo indisoluble, mil enseñanzas, dos mil recuerdos y millones de experiencias.

Si les digo que fuimos compañeras de clases de ballet, no se harán una idea de lo que les hablo, porque la expresión ciertamente no abarca lo que fuimos, ni lo que somos. Les diré mejor, que crecimos juntas, que fuimos configurando las personas que hoy somos teniéndonos cerca las unas a las otras, que lo hicimos compartiendo pasión, sacrificio y alguna frustración. Lo de la danza no es fácil. Y convivir en eso, crea lazos especiales y eternos.

Esta semana celebrábamos el Día de la Danza de una manera diferente, también, más sosegada y consciente. En nuestra ciudad, y gracias a una mujer pionera -que nos dejó hace algunos años pero que nunca se irá- son muchas y muchos los que tienen en el ballet uno de los pilares de sus vidas. Muchos, los que ese día, como casi todos, lo celebramos bailando. Bailamos porque hemos constatado que para que nuestros días sean nuestros, por muy diferentes que tengan que discurrir, necesitamos bailar. También hemos descubierto que basta con unas zapatillas, la encimera de la cocina o la mesa del salón para hacer nuestra barra, los barrotes de la litera o el poyete del balcón para empezar la variación y con ello, reconocernos en esta vida confinada.

Junto a eso, la certeza de la suerte que tenemos al contar con la danza para pasar por esta situación. Qué suerte la de todos aquellos a los que la pandemia nos pilló sabiendo disfrutar de eso, pudiendo retrotraernos a melodías y coreografías. Qué suerte poder repasar Giselle o aquel Vals de Cascanueces que tanto nos costó. Qué complicidad al reconocer en redes unos pies subidos a unas zapatillas de punta, unas manos inconfundibles, o un movimiento inolvidable; ahí se evidencia la fortuna, al verificar que por muchos años que pasen, no nos podrán separar.

Confirmado; nada acabó cuando dejamos de vernos, cuando terminamos con los ensayos diarios, eso ya es nuestro para siempre. Todo aquello perdura y sigue vivo entre nosotras. Qué suerte que hoy haya otras niñas que empiezan a compartir todo eso, porque permanecerá en sus vidas para siempre. Mi guiño agradecido a quien lo hace posible, a quien incansable, pese a la pandemia y demás dificultades, sigue regalando mucho más que ballet, sigue haciendo ese regalo eterno.

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