Hay ocasiones en la vida que nos ofrecen ver a los nuestros con otros ojos. Circunstancias que pasan a ser oportunidades para una puesta en común sobre algún sujeto en particular. No les contaré nada nuevo, de cierta tendencia humana a cortarle un traje al ausente, a referir sobre quien no está, a arremolinarnos y abordar o desmenuzar al que tenemos manía o al que no es comprendido por algunos. Sin embargo, hay momentos en los que la puesta en común, no es de ese color, es del todo amable. Más allá de funerales -que son los momentos en los que esto de lo que les quiero hablar, se llevan la palma- existen otros, menos siniestros que nos permiten enriquecernos con las impresiones que alguien en concreto nos despierta a unos y a otros.

Cuando alguien se erige en protagonista ocasional de un evento, una fecha o un momento, permite que el resto de intervinientes compartan y expresen sus percepciones sobre el sujeto en cuestión. Pues bien, cuando se quiere a ese alguien, puede llegar a ser realmente emocionante, constatar lo que otros quieren a ese, a quien tú tanto quieres. Conocer las visiones de otros sobre aquel, comprobar cómo lo ven los demás, cómo valoran virtudes o defectos y poder descubrir los efectos que ese alguien tiene sobre los demás. Porque nadie es nuestro, nadie nos pertenece, porque aquellos a los que sentimos de nuestra propiedad, incluso en el mejor de los sentidos, tiene mucho de otros y también da muchos a todos esos otros. Porque esas percepciones tan subjetivas de cada uno sobre ese uno común, llevan a enriquecer nuestra propia percepción. Ver a aquel, vía ojos de los otros, de sus otros, nos permite un dibujo más completo y más complejo, más fidedigno de la persona que realmente es.

Aquel que despierta tanto cariño, tanta admiración y reconocimiento en los demás puede renovar y confirmar esos sentimientos nuestros hacia él. Constatar lo que muchos otros son capaces de hacer por ese alguien, nos reafirma y nos conforma nuestra visión. Y es entonces, cuando nos sentimos inmensamente orgullosos de pertenecer a ese núcleo duro de aquel tan querido por tantos. Afortunados de padecer a diario y de cerca esas virtudes y hasta esos defectos. Porque los quereres indirectos, son quereres y se quiere también por referencias, porque aquel a quien tú quieres, los quiere. Y en esta pompa de cariño y celebración, lo único que se puede hacer es brindar. Brindar por aquellos que la vida y, a saber qué otras cosas, nos ha regalado. Salud y felicidades.

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