El pueblo es la fuente de todo en democracia. Los poderes lo son porque pertenecen al pueblo. Fabricamos un formidable esqueleto jurídico y político para que se ejerzan. El problema es que formidable parece haber resultado solo muy grande, no muy bueno. Centrémonos en uno, el de esta semana: la justicia. Este poder en concreto es el único del que se predica expresamente en la Constitución que "emana del pueblo" y, a continuación, que "se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados". Es bonita su redacción. Repito: la justicia emana del pueblo. Igual pasa con los otros dos poderes, pero no se dice. Y uno piensa, a estas alturas, que no se recuerda esto, lo de emanar del pueblo, ni del poder legislativo ni del ejecutivo porque quizás sea más cierto.

Quien más poder tiene en España, con una diferencia tremenda, es un juez, o una jueza. Cuando dicta sentencia todo el poder del Estado se concentra en ese acto y se reviste su autoridad de una fuerza extraordinariamente protegida. Su decisión es revisable a través de un sistema de recursos que garantizan, sobre el papel, que una eventual estupidez, una solemne barbaridad, o simplemente cualquier actuación contraria a nuestros propios, y egoístas, claro, intereses, no permanezcan en el tiempo. Vale. Los otros poderes, el legislativo y el ejecutivo, los parlamentos y los gobiernos, para entendernos, están igualmente sometidos al escrutinio público, pero a estos, amigos, de una forma u otra, los elegimos y también los podemos largar. A los jueces, no. A los jueces los tenemos porque: 1) aprueban una durísima oposición; 2) acceden a la carrera judicial por su dilatada experiencia jurídica; o 3), antes más, cubren plazas interinamente. Ya. Una vez vestidos, e investidos, de puñetas, poder del Estado, el que más. Tan respetable como el resto, pero ni tan criticable ni reversible como los demás. Aunque emane del pueblo, el pueblo se acojona mucho más delante de un juez que yerra en una sentencia, que delante de un diputado que se duerme en el Congreso o de un presidente que manga cremas en un súper. Hasta anteayer, como quien dice. Sus actos pueden, y deben, ser criticados en una democracia madura.

La sentencia de la Manada, aberrante exposición de los peores males de este esquema donde el sentido común se sustituye por un supuesto sentido jurídico, ha desatado una reacción lógica. Y nos dicen los cínicos, otra vez, que nos la envainemos, que no tenemos ni puta idea de derecho, lo cual puede ser muy cierto, que para eso están ellos, así, más que nunca en masculino universal. Todo lo más que nos dejan es el "respeto, pero no comparto", cláusula de estilo inútil. Que no lo hagamos, que ponemos en riesgo el sistema. ¿Sistema o blindaje? Tú, Justicia, ciega, pero no sorda, escucha. Estamos mirando, nosotros, que no somos ciegos. El riesgo real existe si no lo hacemos.

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