Salida. La salida. Estoy saturado de inconsistencia. No tengo apetito alguno por lo que nos pasa. Ninguno. No me resulta atractivo el evento político del 10-N, ando más perdido que la llave trece con mi voto; me preocupa Cataluña muchísimo pero, a estas alturas, bastante más por la violencia ejercida desde la idiotez que por la imposible separación en términos prácticos y políticos de un trozo del territorio; y, ya para nota, el insoportable coñazo de la exhumación del dictador. Esto último, de absoluta y definitiva normalidad democrática, retirar el cadáver de Franco de cualquier ilusión de homenaje, en forma de mausoleo o de Fundación, digo yo, que todo hay que decirlo, es una cuestión de pura lógica y justicia material, pero el relleno en los medios de la exhumación, la re-inhumación, y la legión nostálgica de admiradores de un tirano sanguinario y la brigada de antifranquistas celebrando la denostación de un tipo que murió, valerosamente contestado, en la cama, es el símbolo pendular de un país desnortado. Tengo una tímida esperanza de que entre los medios de tanto tonto habite alguna lucecita sensata, porque la esperanza es lo último que se pierde, pero como lo primero que se deja de tener es el tiempo, salgo, me salgo, y miro fuera para no tener la sensación, ya casi inherente a la condición de ciudadano del esperpento nacional, de tirarlo miserablemente.

Joder, y mirando fuera no mejora la perspectiva. He podido seguir, por virtud de mi obligada limitación de movilidad, horas de debate parlamentario e información política del Reino Unido, que me interesa mucho más porque es, con bastante distancia, el mayor reto que los europeos afrontamos con carácter inmediato. La propuesta del Brexit definitivo número ciento treinta y siete, la beligerancia inexplicable del Primer Ministro Johnson, la astucia velocísima del speaker Bercow, la insoportable cadencia del líder opositor Corbyn, la grima que provoca el arrogantísimo Rees-Moog, la medida frescura que destila Jo Swinson y la sorprendente solidez argumentativa de los diputados nacionalistas escoceses en Westminster. Todos ellos tienen un papel. La lástima, me temo, es que el mal de la inconsistencia generalizada que afecta a mi patriotismo, que nunca fue patriotero, pero que algo fue, es extenso y vive también más allá de las fronteras políticas del país propio de uno para abarcar el país que uno quiere y todavía no existe, y, salvo milagro, hará que estos papeles terminen también en el cubo de la basura.

No renuncio, al menos no por ahora, a la única convicción seria que aún mantengo, convencido demócrata europeo, pero, será por la falla radical de mi pierna derecha que alimenta los errores por sobrecarga de mi pierna izquierda, se resiente. No es solo salir. Es más huir de lo que hay ganas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios