Uno en esta vida puede ser de muchas cosas. De algunas lo somos por herencia, por tradición, de otras por afinidad y de otras, por convicción. Sí, en la vida se es de muchas cosas. Uno es de una Hermandad, de un equipo de fútbol, de un partido político y hasta de un seguro médico. En Córdoba somos de los Dolores o del Caído, de Asland o el Aeroclub, de Izquierda Unida o del PP -algunos sin tradición familiar, hasta les dio un tiempo por ser de Ciudadanos-.

De algunas cosas lo seremos de por vida; nos sentimos scout, bailarina o karateca para siempre, sin condiciones ni militancia o carné, pero con sensación de pertenencia eterna y con esas, seguimos celebrando el momento en que alguien nos apuntó. Con otras no nos pasa lo mismo y uno crece, evoluciona, descree o se decepciona. De esas, algunos valientes llegan a desapuntarse

Debo reconocerles que llevo dándole vueltas al término desde que el otro día al leerlo, dudé. Me sonó raro, extraño, forzado, les confieso que hasta comprobé que existía y era correcto. Desapuntarse. La duda obviamente venía de lo inusual, de lo poco que usamos el verbo y supongo que de lo poco que lo ejecutamos, de lo que nos cuesta desapuntamos -gimnasio aparte-. Y es que desapuntarse es complicado e incómodo, cuanto menos; suele conllevar un proceso de análisis profundo y reflexivo, un sopesar, un optar por romper. Siempre difícil.

Más allá de meras reacciones rebeldes e indóciles, desapuntarse no es fácil por la decepción que supone para uno mismo y por la angustia de defraudar a otro. Cuesta decirle a quien nos apuntó o nos recomendó hacerlo que no, que su opción no nos convence, que no queremos aquello que creyeron bueno para nosotros, que no queremos ser lo que querían que fuésemos. Cuesta decirles que no creemos en lo que ellos creen, que no sentimos lo que dieron por hecho que sentiríamos por el hecho de que ellos lo sentían. Que apostatamos, que desertamos, que nos borramos, que no sentimos los colores, ni la pasión necesaria, que finalmente no comulgamos con aquello suyo.

Costará hacer ver que nuestra actitud díscola no pretende ser traición a nadie, puede que precisamente sea intentar no serlo con nosotros mismos y habrá que armarse de valor, afrontarlo y desapuntarse de aquello que, pese a afectos y costumbres, a nosotros dejó de sumarnos, que llega el momento en que cuesta pagar la cuota más allá de los euros. Valentía, reafírmense o si lo consideran, no teman desapuntarse.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios