La semana pasada terminé de leer la última novela del verano. Ya saben la sensación que eso deja. Terminar la última página, nostalgia, algo de soledad, cierto vacío. Añorar personajes y sensaciones. Tengo una amiga que, saltando tradición familiar, le ha puesto a su primer hijo el nombre del protagonista del libro que ha leído durante el embarazo. Y es que hay lecturas que marcan.

Tras cumplir plazo prudente para reposar la despedida, sin sentirme desleal, la liturgia. Eché un ojo a la librería de Ikea del salón y me puse a escoger el siguiente. Salvo los de la esquina superior derecha, las técnicas de running de mi marido, el resto no tiene un orden por temáticas ni género, obedecen su ubicación a una cuestión más estética. Tamaño, altura, grosor, color, hasta uno flúor discordante, que nunca tengo claro dónde colocarlo. Repaso arriba y abajo, derecha e izquierda, lectura al título del lomo y a elegir. Mi confesión de frivolidad puede llegar hasta reconocerles que en época de trabajo, el grosor pasa a ser el elemento casi definitivo en la elección. Consciente de lo que, según la época, puedo o no abarcar. Finalmente di el paso y escogí lectura.

Cada vez que compro un libro, marco en la segunda página, ciudad fecha y firma. Así, no sólo lo identifico sino que, al repasar los datos, soy capaz de volver al momento en que lo compré y, si afino, hasta casi puedo recordar cómo andaba o en qué andaba yo por esa época -entretenimiento añadido-. El nuevo, el del otro día, no lo había comprado yo, no había datos en la segunda página, fue mucho mejor. Estaba dedicado en la primera. Regalo de mi padre en mi 18 cumpleaños, allí su letra y su firma con el texto, siempre en diagonal en las dedicatorias, me felicitaba y me resumía lo que para él supuso su lectura y lo que esperaba fuese para mí, me insistía en la importancia de intentar ser valiente siempre. Después de cinco líneas, subrayado: Papá.

Él ya no está, pero ahora tengo esas líneas suyas en mi mesilla. El libro no me está entusiasmando, pero antes y después del rato de lectura, lo leo a él. Estos días, más allá del libro y lo que él pretendía que me enseñase, me sigue enseñando él.

No tengo claro por qué elegí el libro, puede que para algunos haya más razón que la cuestión del grosor, tal vez señales. No sé si aprenderé algo pero tengo claro que necesitaba leer escrito con su letra, Papá.

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