Decimos adiós al asfalto, a las prisas, a Lexnet y a los plazos, a horarios y al secador de pelo. Tocan otras cosas, llegan otros ritmos y agradecidos, aunque agotados, cerramos temporada y pausamos algunas de nuestras responsabilidades. Por delante, paréntesis de sosiego, de atender otras cuestiones, de cargarse de propósitos y objetivos sin uvas. Tiempo de descansar, de repensar y repensarnos.

Para los más afortunados, familia, cuidados, tiempo. Enseñanzas recientes nos han subrayado que lo importante anda por ahí y no necesariamente en otros detalles deslumbrantes que resultaron prescindibles. El descanso estival nos trae oportunidades y más allá de cursos de verano, tutoriales on line, lecturas científicas o de autoayuda, las vacaciones son sin duda, también tiempo para aprender.

Hace apenas 24 horas que me deshice de los tacones y con eso del aprendizaje por observación, estoy atenta a lo que en este caso, me enseñan mis hijas. En la orilla andan empeñadas en una importante construcción; un enorme castillo de arena es el objetivo del momento y ahora, no hay mucho más de lo que preocuparse. Me fascina observarlas centradas, sin distracciones, con determinación. La ilusión y la motivación no son cuestionadas ni cuestionables. Luchan, se caen, se enfadan, se ayudan. Llenan cubos y cubos de arena y agua para contener lo incontenible, se necesitan. No desfallecen. Demasiada carga para una sola, juntas son más fuertes. Aparecen refuerzos y un niño de la sombrilla vecina trae rastrillo y pala para unirse a la causa. Va tomando forma, los paseantes playeros se giran, están orgullosas, se ha roto un tirante, siguen, no hay descanso. De vez en cuando una ola más grande hace de las suyas y hay que volver a repasar el fuerte, la torre sur necesita reparación urgente. Nuestro nuevo amigo se pone a ello sin instrucciones.

Las miro y confirmo que lo efímero es un mero detalle, que la ilusión, el orgullo de hacerlo y hacerlo bien, no tiene matices. No se plantean el para qué, ni lo práctico, ni lo útil. Lo hacen dándolo todo y no hay más. Quiero parecerme a ellas. Las miro y vaticino semanas de mucho aprendizaje.

Se hace tarde, recogemos, al llegar a las duchas, mientras enjuagan cubos y palas, constato que queda poco en pie del castillo, pero eso es solo el detalle. Queda mucho; queda el rato, las ganas, el entusiasmo, los amigos. Ellas no miran atrás. El asunto en el paseo, de vuelta a casa, es la construcción de mañana. Con la sombrilla al hombro, nos cruzamos con olor a after sun y helados de turrón. Abuelos, verano, niñez. Castillos de arena y mucho por aprender.

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