No hace mucho tiempo me mudé de casa. Vivo en un edificio de pocos vecinos y, de momento, todos habían resultado ser muy agradables y educados. Esto lo puse en común en una cena de amigos y la charla nos llevó a ahondar algo más en las relaciones que establecemos con los vecinos en la actualidad. Ya pueden intuir los pasajes del debate. Los que se criaron en pueblo y alguno más, se mostraban con añoranza, reivindicaban esa confianza que se fraguaba con los de las casas de al lado. No era solo la sal y el ingrediente del que echar mano, aseguraban; era el vínculo. El traspasar los muros y contar con el de al lado para la vida.

Otros, reclamaban su espacio y por nada del mundo se mostraban dispuestos a intromisiones por parte de alguien a quien no habían elegido, sino que fue la carta de la promoción inmobiliaria la que se los puso al lado. ¿Qué conozcan mi vida, acaso son mis amigos? Decían esos. Y entre la reclamación de intimidad y el cruce de platos de porcelana llenos de rosquillas, se pasó la cena.

Yo he vuelto mentalmente a esa conversación en cada coincidencia en el ascensor con alguno de mis quince vecinos, ante los que me disculpé por las molestias de la obra de casa. Ese era todo el vínculo hasta que hace unos días, estando mi sobrina pequeña en casa, en una subida de fiebre empezó a convulsionar por primera vez y ante esa desgarradora imagen y la desesperación de mi hermana, mis aportaciones fueron la llamada al 061 y salir corriendo de casa. Recordé que entre los quince, en la única reunión de la comunidad a la que me ha dado tiempo a ir, me pareció entender que la señora del primero izquierda era enfermera, ya saben, situaciones límites, reacciones impulsivas. No lo analicé, solo bajé corriendo a pulsar timbres sin tener claro cuál era la puerta. Y esa vecina, sin preguntar, solo ante mi cara, mi gesto, y mi desconsuelo, tiró escaleras arriba, a rescatar lo que de manera desordenada yo le gritaba a zancadas de dos en dos.

Nunca nos habíamos parado a hablar, y de repente ahí estábamos las dos vecinas en pijama, despeinadas y descalzas. Se ocupó del horrible episodio. Desde entonces, mi timbre ha sonado muchas veces para saber de la niña. No sé hacer rosquillas, pero estoy dispuesta a rellenar mis platos de ikea con lo que puedan necesitar mis vecinos. Vínculos.

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