Winston Churchill, dos veces primer ministro de Gran Bretaña, tenía unas temibles tarjetas rojas con un recuadro en ellas dentro del cual se leía, en letras mayúsculas negras, Action This Day. Sus colaboradores cercanos y el personal que trabajaba con él, persiguiendo alcanzar su endiablado ritmo, sabían que todo lo que se despachaba en el gabinete, liderando al país en la titánica tarea de ganar la guerra, era de importancia capital, pero cuando una tarjeta roja de aquéllas adornaba un archivo sobre el que trabajar, quien tenía que hacerlo sabía que la cuestión, fuera la que fuese, no se traducía con un urgente "para hacerlo hoy" sino con un "ayer ya era tarde". Y, aun así, sería ir poco rápido.

Una estatua de Churchill, muy en su pose activa, preside hoy el ingreso a la Casa de los Comunes, según se entra, a la izquierda. Se honra también allí a más primeros ministros valiosos, David Lloyd George, Clement Attlee y Margaret Thatcher. Otros bustos y retratos más pequeños pueden hallarse en la misma estancia previa, incluso de políticos felizmente vivos, como el discreto John Major. Todos ellos, posiblemente Sir Winston, el primero, se sentirían avergonzados por el penoso proceder de su sucesor actual, pero también orgullosos de la rápida reacción democrática que el Parlamento lidera frente al abuso de autoridad del ejecutivo británico. La Casa de los Comunes, a pesar de ser un espacio pequeño para la importancia histórica y práctica que tiene para el parlamentarismo, es una caldera de libertades. Y es parte de su magia.

Defiendo abiertamente un segundo referéndum que revoque la decisión de salir de la Unión y es casi seguro que vuelva a este tema más veces porque, de todas las cosas que están ocurriendo, ésta es la de mayor importancia, pero ni siquiera es esa esperanza la que me mueve hoy. Es la envidia. Envidia porque su sistema funciona sin ambages ni complejos ni miserables pérdidas de tiempo. Más allá del fondo del tema, esencial, resulta estimulante cómo los miembros del Parlamento, con una sujeción única a sus principios y a sus votantes, muy por encima de sus partidos, abortan en tres días la peligrosa jugada de Johnson, antes de que cierre el Parlamento. Hoy el otro tipo de rubio cabello imposible puede forzar con su dimisión que deba haber un gobierno alternativo en catorce días o, si no, elecciones. Ajedrez de altura. Lo seguiremos con atención porque la gran política la merece. ¡Pero 14 días!

Procesando. Aquí, con alguna urgencia política también, pero con un poco menos de ritmo, solo han pasado 132 días en funciones. Ya, yo también me pregunto en qué funciones. Y qué hacen 350 diputados contemplando gaitas. Y cómo los soportamos. Y por qué no se van ellos. Todos. "This day", que "tomorrow" es tarde.

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