Alto y claro
José Antonio Carrizosa
El desencanto
En tránsito
Hace unos días, en Valldemossa –en la costa norte de Mallorca–, mis hermanas me explicaron que en el pueblo ya existen dos clases de precios en los bares: uno para los autóctonos y otro para los turistas (algo así como lo que ocurre en Cuba con los turistas que pagan con dólares y los locales con pesos). Los autóctonos –que se identifican hablando mallorquín o que ya son conocidos por los camareros– pagan la mitad o incluso un tercio del precio establecido que se cobra a los “forasteros”, y en esa categoría se incluyen los españoles que no son del pueblo, los extranjeros y hasta los palmesanos que no logran hacerse pasar por autóctonos.
Esa doble facturación me pareció una barbaridad, claro (aparte de que imagino que es ilegal), pero supongo que no queda más remedio que aplicarla en las circunstancias que estamos viviendo. De hecho, en Mallorca todo el mundo se quejaba de la saturación turística y de los problemas prácticamente insolubles del encarecimiento de la vivienda y de la imposibilidad de encontrar un alquiler a un precio razonable. En Canarias está pasando lo mismo y hubo hace poco una manifestación multitudinaria que protestaba contra el turismo masivo. En Mallorca se está preparando otra que auguro también masiva (el cabreo es generalizado entre todas las clases sociales). Y dentro de poco, me temo, esas protestas contra los turistas llegarán a Andalucía. Las veremos –seguro– en Málaga, en Sevilla, en Granada y cualquiera sabe en qué otros sitios. Es dudoso que esas protestas sirvan de algo, pero desde luego demuestran que se está llegando a un peligroso hartazgo colectivo. La caldera no tardará en estallar.
El problema es que España es ahora mismo un país que depende por completo del turismo. Le he preguntado a Google el memorioso, y con su celeridad habitual, me ha contestado que el turismo representa un 12’8% de nuestro PIB. En algunas zonas, como Baleares y Canarias, el porcentaje ronda el 40%. ¿Es posible limitar de algún modo el turismo sin sufrir un cataclismo económico? ¿Es factible imponer medidas que mejoren la situación sin destruir una fuente de ingresos que hoy por hoy resulta insustituible? Que me aspen si lo sé. Lo único que sé es que hay un malestar muy profundo que no tardará en salir a flote, y eso tendrá consecuencias que no podemos prever. Mal asunto.
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