Alto y claro
José Antonio Carrizosa
El desencanto
En tránsito
Leo en El País un titular que se refiere a la España Plural: “La España Plural que confirman las urnas”, dice. Es curioso ese concepto de España Plural, que tenía sentido en los últimos años del franquismo y en los primeros años de la Transición, pero que dejó de tenerlo cuando aparecieron los movimientos abiertamente independentistas que ya no aspiran a pertenecer a una España Plural –que para ellos es una payasada–, sino que quieren separarse cuanto antes de esa aborrecible España Cerril de los Ñordos y los Maketos. Porque esa es la única España que conciben.
Seamos claros, la España Plural no existe. Es sólo un invento de ciertos politólogos bobalicones que se engañan a sí mismos y engañan a los demás, por lo general votantes del PSOE y sobre todo de Sumar y de Podemos. Porque si existe la España Plural, tiene la misma entidad que aquel reino cristiano del Preste Juan, que según los navegantes portugueses del siglo XV residía en algún lugar de África en un palacio de cristal traslúcido rodeado de centauros y gigantes. Y eso mismo es la España Plural, por mucho que digan nuestros ilustres sociólogos y politólogos: un palacio de cristal traslúcido rodeado de centauros y gigantes. Y no olvidemos los antropófagos. Ni los orcos. Ni su endemismo indestructible: los chupópteros.
Cualquiera que haya tratado con nacionalistas –es decir, con esos supuestos aborígenes de la España Plural– sabe que la idea misma de España les provoca retortijones. Da igual que sean vascos o gallegos o catalanes o valencianos o baleares (créanme, a estos últimos los conozco bien), lo único que quieren es separarse cuanto antes de ese país de cabreros que para ellos representa todas las taras posibles del género humano. Lo que pasa es que esos nacionalistas de la España Plural –esos centauros, esos gigantes– saben enmascarar sus prejuicios supremacistas con un bonito catálogo de ideología woke: se proclaman feministas, animalistas, ecologistas, LGTBI friendly y todo lo que haga falta, igual que hacen –hacemos– esos patéticos vejestorios que se ponen una camisa hawaiana para aparentar la juventud que perdieron hace muchísimo tiempo. Pues bien, amigos, eso es la España Plural: una estafa, una tomadura de pelo. De la que, por supuesto, jamás querrán darse por enterados los ilusos votantes de nuestra izquierda.
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