Al presidente del gobierno le adornan multitud de defectos, pero tiene la gran virtud de la tenacidad: Susana podría atestiguarlo. Su tenacidad unida a la enfermiza obsesión por el poder -su obtención, ejercicio y conservación-, lo convierten en un adversario extremadamente peligroso y temible: su antecesor podría dar fe. Merece la crítica y, visto lo ocurrido esta semana en Cataluña, hasta el desprecio, pero no se le puede menospreciar: quienes lo han hecho desde la soberbia o la imprudencia están hoy en su casa esperando el comienzo del Tour o penando sus fracasos y tratando de evitar una poco honrosa salida de la primera línea política.

Que el presidente no tiene más intención que permanecer en el poder es obvio. Que el poder lo obtuvo pactando con partidos que defienden valores y conductas incompatibles con la democracia es público. Que es rehén y siervo de golpistas, notorio. Que la Constitución ha sido pisoteada y mancillada con su consentimiento no ofrece dudas. Que su entreguismo y postración ante los líderes independentistas es insultante, no admite discusión. Todo lo anterior es tan cierto como que va a intentar ganar las próximas elecciones y que, vistos los antecedentes, no hay que descartarlo. Su sectarismo y falta de rumbo en la gestión conviven, mal que nos pese, con el dominio de la estrategia y los tiempos.

Dando por sentado que el único objetivo del presidente es permanecer en el poder, parece lógico pensar que elegirá la fecha de las elecciones en función de su exclusiva conveniencia y no del interés general. ¿Cuál es ese momento? Pese a que parece haberse convertido en lugar común la idea de que agotará la legislatura y permanecerá aferrado al Falcon hasta el último momento, su interés puede empujarle a convocar elecciones en el primer semestre del año, incluso antes de la celebración de las europeas, autonómicas y municipales de mayo.

Sánchez había perdido cualquier discurso e iniciativa. Prometió que la moción no tenía más objetivo que echar a Rajoy y mintió. Presentó un gobierno "bonito" que ha resultado ser un fracaso y una simple operación cosmética y de imagen. Sus proyectos económicos conducen a la incertidumbre y a la parálisis. Sus compañeros de partido reniegan -en privado- de su sumisión al separatismo. Pero el azar, la pérdida de Andalucía y el lamentable silencio de sus compañeros de partido (algo, todo hay que decirlo, parecido a lo ocurrido en el pasado en el PP ante la insuficiente, tardía y tibia aplicación del 155 por Rajoy), le han regalado un discurso, tan pobre y endeble como falso, pero discurso al fin y al cabo: la unidad de la izquierda para detener a "las derechas". Todo conduce a pensar que pronto estaremos votando.

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