La estrategia del todo o nada, del conmigo o contra mí, es muy antigua en política. Consiste en esencia en buscar un fin digno de ser alcanzado para después, y sin solución de continuidad, inventar mecanismos ideologizados, sectarios y frentistas que desvirtúen el fin aparentemente perseguido y lo conviertan en simple instrumento al servicio de una causa partidista.

Si alguien domina a la perfección esa técnica es, sin duda, la izquierda española (autodenominada como la izquierda del Estado español). La sociedad de los 140 caracteres, de los mensajes breves y sin matices, facilita su uso, pero no por ello hay que dejar de reconocer que nuestra izquierda lo ha hecho con maestría en muchas ocasiones. Es una lástima que ese talento, que es de justicia afirmar que para el mal no les falta, no sea puesto al servicio de la colectividad en lugar de en beneficio de estructuras de poder que sólo buscan excluir a una parte importante de la sociedad española.

El manifiesto elaborado con ocasión de la manifestación del 8M es el último de los ejemplos de uso y abuso de esa estrategia habitual de la izquierda: se parte de un objetivo loable y necesario y por el que la lucha es imprescindible -transversal, que diría hoy un político- como es la reivindicación de la necesaria igualdad entre hombres y mujeres y la eliminación de aquellos tics machistas que, es verdad, existen y sobreviven en la sociedad y, de inmediato, se pasa a insultar a la derecha, a mezclar conceptos que nada tienen que ver con la reivindicación originaria y que resultan inasumibles para muchos y a politizar la reivindicación. Conseguida la razonable indignación por la exclusión, los insultos y la politización, se procede a la caricatura y la tergiversación y el discurso se convierte en el previsto de que la derecha está contra las mujeres y la igualdad. Es tan viejo como falso, tan mendaz como tramposo.

El centro derecha español ha caído en más de una ocasión en las trampas tendidas por la izquierda. Por fortuna esta vez no lo ha hecho y, soportando insultos inadmisibles (¿alguien ha denunciado y pedido disculpas por el "Pablo, yo te hubiera abortado" dirigido a Casado) ha denunciado la instrumentalización por parte del PSOE y sus terminales del manifiesto. Feminismo e igualdad, por supuesto que sí, pero no así. Las bochornosas imágenes de las ministras y la esposa del presidente del gobierno (ese que evitó que una mujer se alzase con la secretaría general del PSOE) injuriando entre cánticos a todo el que no les reía sus presuntas gracias son el mejor aval de la acertada decisión de Pablo Casado de defender la igualdad desde la seriedad y el rigor, con el ejemplo, en lugar de con gritos e insultos. Como marido de mujer trabajadora y padre de tres hijas, se lo agradezco.

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