Autonomismo del PSOE

¿Ningún líder socialista va a tratar de atajar tal cúmulo de traiciones?

Transformar el Estado autonómico en un Estado unitario, con un solo gobierno y un solo Parlamento ha sido durante la campaña electoral andaluza una de las propuestas estrella de algún partido emergente. No hay que ser nacionalista de nada para considerarlo una idea no sólo irrealizable sino francamente peregrina dirigida en exclusiva a resultar agradable al oído de parte del electorado aún a sabiendas de su inviabilidad. La riqueza de España radica en su diversidad y la concepción centralista y madrileñista del poder está por fortuna superada. Cuestión distinta es la de los límites de ese Estado autonómico que, evidentemente, deben existir para garantizar la existencia de una comunidad de ciudadanos libres e iguales. El presidente del gobierno socialista que padecemos parece no sólo haber perdido la noción de la necesidad de que tales límites existan para garantizar la libertad e igualdad de los españoles sino que alienta entusiasta lo contrario.

Han pasado seis meses escasos desde la indigna moción de censura que, con el apoyo de lo más indeseable de la política española (¡Bildu y los golpistas catalanes¡), desalojaron al Partido Popular del gobierno y llevaron a Pedro Sánchez a la Moncloa y está ya más que demostrado que nada bueno cabe esperar de quien no tiene más objetivo que el ejercicio sectario del poder y al que nada importa más que eso: profundizar en las divisiones y azuzar rencores constituyen la base ideológica de su política y hay que reconocer que ambas cosas las hace con maestría.

Esta semana, y ante la gozosa evidencia de que el régimen socialista en Andalucía está a punto de caer, se ha permitido amenazar veladamente con intervenir si las políticas que desarrolle el nuevo gobierno en formación no son de su agrado (mal que le pese, el expoliador impuesto de sucesiones desaparecerá por fin). La misma semana en la que ha perpetrado una traición histórica en su reunión con un sujeto como el presidente de la Generalitat, que ha defendido la postergación del idioma español y la discriminación en Baleares de los médicos que no conozcan el catalán y, lo más bochornoso de todo, defendido la abyecta fotografía de la máxima dirigente de su partido con un etarra con delitos de sangre al que nadie ha oído pedir perdón a sus víctimas.

La unidad de los partidos políticos es, sin duda, un valor; el temor a desagradar al que manda es muy razonable; el miedo a las tinieblas en las listas electorales es humano. Pero comprendiendo todo lo anterior, ¿ningún líder socialista va a tratar de atajar tal cúmulo de traiciones?

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