El pasado viernes, después de una semana complicada de trabajo, terminé en Sevilla compartiendo mesas de trabajo y papeles de guiones con un grupo de personas de toda Andalucía para hablar sobre Europa, que organizó muy bien el Movimiento Europeo. Dirán que es frikismo, puede; yo pienso que es más necesidad con un terrón de liberación. La Unión Europea es nuestro espacio natural. Lo es para quienes defendemos su vigencia y su conveniente evolución hacia una verdadera unidad política tanto como para los que despotrican todo lo posible e imposible sobre ella, con más o menos conocimiento, desde posiciones ideológicas habitualmente extremas. En 2019 habrá elecciones al Parlamento europeo y, con ese motivo, la institución ha puesto en marcha una campaña para fomentar la participación con el nombre del título de hoy: #estavezvoto.

No estoy cegado por mi ilusión ni por mis ideas sobre Europa. Sé que lo que hay no es lo que quiero, por eso me rebelo e intento actuar. La UE nos determina en un porcentaje cercano al 80% de nuestras normas, es fuente y motor de los cambios políticos y económicos que marcarán nuestro futuro de forma casi exclusiva. Mantenerse al margen es irresponsable y muy poco operativo. Pero nadie quiere lo que no conoce, como dijimos allí, y el hecho de que la UE nos resuelva la papeleta es profundamente desconocido para la mayoría. La ecuación es común en toda Europa: si las cosas van bien, el mérito es nacional; si no, cárgale el muerto a Bruselas.

Es cierto que, con carácter general, asusta el nivel tanto en cada país como en la UE, pero objetivamente la arquitectura europea nos aporta mucho más con menos error que las propias. Luego, quizás, el primer combate debería ser asumir que las instituciones europeas, aunque haya que reformarlas para democratizar y homogeneizar (objetivo irrenunciable), son efectivamente propias, nuestras, como cualquier ayuntamiento cutre, como cualquier comunidad anodina, como cualquier gobierno nacional vacilante. La política es percepción y, si no percibimos a la Unión, la Unión, ni ésta ni la que queremos, será.

El triple reto actual de los europeos (superar la crisis, que cambió hasta el lenguaje; afrontar la política migratoria desde una única óptica continental; y caminar, al menos por el momento, sin la mano de nuestro principal socio atlántico, los Estados Unidos) se resume en uno: más Unión. Y nos convoca cada vez que abrimos la persiana del negocio, pagamos nuestros impuestos o buscamos empleo. También al votar. Necesitaremos representantes valientes y visionarios, por supuesto, pero, sobre todo, precisamos ciudadanos europeos, conscientes de su poder: orgullosos del legado de la democracia avanzada, próspera y en paz, nuestro mejor invento, y determinados a ir más allá, en lugar de rendirse. Vamos.

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