Veredas livianas

Noelia Santos

nsgemez@eldiadecordoba.com

La última vereda

Esta columna se llamaba (así, en pasado) 'Veredas livianas' por un poema de la Gata. Cuando me la dieron tardé como tres horas en escribir el primer texto, que iba de la autoexigencia y del miedo a no gustar. La escribí en mi ordenador de la redacción, que estaba (así, en pretérito) en una esquina de la tercera planta del número 12 de Cruz Conde. El pavor al fracaso no desapareció en ninguno de los martes que me he sentado frente a la pantalla para escribir esto que sale los miércoles. Pero siempre, siempre, siempre, me sentía en casa cuando la escribía. La seguridad que me transmitía que se imprimiera sobre este periódico es algo muy difícil de explicar, pero muy fácil de experimentar.

Esta vereda es la última, liviana o no, y me sirve para transitar por el adiós a cuatro paredes, a caminar por la despedida a años y años de periodismo y a deambular por los recuerdos que me deja un trayecto tan fértil que seguirá brotando cuando cierre sesión. Y es que las veredas, sean como sean, siempre tienen algo en común: todas acaban por completarse en un punto donde echar la vista atrás es recordar y recordar es aprender y aprender es echar de menos como echar de menos es decir adiós.

Esas veredas pueden ser largas, estar peladas de maleza o repletas de hierbajos, tener más o menos anchura, algún que otro socavón, atesorar chinos o pedruscos. Mientras estés segura de que quieres recorrerlas, las veredas habrán cumplido su cometido. Sean como sean, transitarlas es el objetivo y yo ese objetivo lo tengo más que cubierto.

Pero no es fácil, claro que no lo es. Porque en el camino has aprendido tanto que sientes que a cada paso deberías dar las gracias antes de que esto se acabe y ya no tenga sentido hacerlo. Es tan poco fácil terminar de recorrer esta senda como sencillo ha sido descubrirla gracias a quienes la abrieron, a quienes me la enseñaron, a quienes se involucraron tanto en mis pasos que comparten ahora su camino conmigo y a quienes llegan por detrás dándole luz y ganas nuevas al recorrido.

Y ahora, cuando la meta está a la vuelta de la esquina, me acuerdo sobre todo de dos momentos de este viaje. Me vienen a la mente los principios, me da en la cara el viento de nueve veranos rodeada de otros diez novatos, cuando lo mejor que nos podía pasar mientras partíamos de la parrilla de salida era que nos llamaran becarios para darnos cuenta de que lo peor fue dejar de serlo. Y me acuerdo del final, me acuerdo del ahora porque tan inevitable es echar la vista atrás como mirar a tu lado. Vaya vereda, vaya sprint final, vaya compañeros de trayecto tan indescriptibles como infranqueables. Se termina la vereda y se acaba esta columna, pero solo porque ya no me queda espacio.

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