De reojo

Ángela Alba

aalba@eldiadecordoba.com

Se llamaba Nicu Lungu

Nicu vivía en la calle y murió en la calle, en una esquina de Arroyo del Moro donde había instalado un viejo colchón

Vivía en la calle, en una esquina de la avenida Arroyo del Moro con la calle Isla Gomera, al lado de un banco, frente a una frutería y apenas a unos pasos de la Ciudad de la Justicia. Se llamaba Nicu Lungu, era procedente de Rumanía, tenía 69 años y a finales de enero murió en la calle, en el mismo lugar en el que vivió en los últimos años. Solo tenía un viejo colchón y algunos enseres como mantas, ollas, cajas, plásticos y un carrito de la compra.

A veces lo veía vagar por el barrio, siempre más o menos cerca del trozo de acera en el que había instalado lo que era su casa, y siempre solo. Alguna vez, alguien se paraba con él en una esporádica conversación, pero, las cosas como son, no era lo normal. Como no lo suele ser en general en las personas sin hogar. La vergüenza, la poca empatía, el rechazo al más vulnerable o pensar que ya tenemos nosotros suficientes problemas son algunos de los factores que nos hacen huir de los llamados sintecho.

Cada vez que lo veía pensaba en cómo una persona tan mayor aguantaba en la calle, a la intemperie, bajo una pequeña cornisa que no lo protegía del intenso frío ni de la lluvia y tampoco de las extremas temperaturas del verano cordobés. Nicu pasó el confinamiento por el estado de alarma en su esquinita, no se fue a ningún centro de acogida, como tampoco lo había hecho este invierno. Muchas de las personas sin hogar no acuden a las soluciones habitacionales con las que cuenta la ciudad bien por no desprenderse de los pocos enseres que tienen (que no pueden entrar en los centros), de sus mascotas (algunos solo tienen el cariño de un perrito), porque padecen enfermedades mentales sin tratar o porque llevan tanto tiempo en la calle que no saben seguir las normas socialmente establecidas.

Hace unos días una amiga me preguntó si sabía lo que había ocurrido en Arroyo del Moro porque había unas velas en el suelo. "Habrá habido un accidente con alguna víctima", le contesté. Ayer, al pasar yo misma por el lugar entendí que no era un accidente porque las velas y las flores estaban en el sitio donde vivía Nicu. Ese homenaje es el único rastro que queda de él en el barrio en el que vivió durante años como un vecino más, pero sin el calor de un hogar. Los encargados de recordarlo han sido los miembros de la Unidad de Emergencia Social de Cruz Roja, que tres días a la semana le daban comida caliente y le curaban las heridas del cuerpo y del alma con un poco de compañía.

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