En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Los ídolos de bronce (I)

Florencio siempre agradecía con una propina a aquel niño que repartía periódicos en Belalcázar que le dejara el Informaciones en casa. El pequeño no había cumplido aún los siete años cuando cada día que no tenía escuela le llevaba religiosamente a Florencio esa publicación, como a Curra Calvo el ABC; a la Guardia Civil El Imparcial; a don Luis el practicante el Ya; al convento de los franciscanos el Pueblo; a don Lorenzo el médico El País... y a tantos otros y otras. Su padre, quien vendía diariamente todos los que se publicaban en Madrid, lo premiaba cada semana con un nuevo ejemplar del As Color, revista donde, para él, venían impresionantes crónicas y fotos de todos los partidos de su Atleti, que leía con impresionante avidez y, además, coleccionaba. El niño soñaba con llegar algún día a ser periodista y escribir crónicas como esas. Pero después de la muerte prematura de su padre, cuando él apenas tenía 15 años, sentía que la vida lo obligaba a, de alguna forma, responsabilizarse de su familia, por lo que decidió que su futuro pasaría por no irse demasiado lejos de casa -Periodismo solo se podía estudiar de forma pública en Madrid y Barcelona-. Se iría a Córdoba, a estudiar Biología, carrera que ni siquiera le gustaba, pero que iban a estudiar todos sus amigos y compañeros del pueblo de su instituto, el de Hinojosa -José Antonio Suárez, José Manuel Blanco y Gabriel Rodríguez-. Lo que no esperaba es que tanto su profesora de Matemáticas como la de Física lo suspendieran en COU, obligándolo a repetir solo esas dos asignaturas.

Ese hecho fue un fracaso absoluto para él, pero una decepción que iba a cambiar totalmente su vida para bien gracias ¿al azar? Al año siguiente, tras aprobar las dos asignaturas y la Selectividad -con una nota mayor que la que en un primer momento (un 8,4) le dieron, después de que él reclamara-, el ya joven perdió el autobús al que se iba a subir para preinscribirse en Biología, por lo que le pidió a su tío Paco que lo llevara en coche; era el último día para ello. Su tío le preguntó si estaba seguro de lo que iba a hacer. Él había sido emigrante en Alemania y sabía muy bien lo que cuesta cumplir sueños. "Mira, ¿y si en vez de llevarte a Córdoba te llevo a Cabeza del Buey, cogemos el tren a Madrid y echas la preinscripción en Periodismo en la Complutense? Por hacerlo no pierdes nada, puedes ganar muchísimo y a tu familia no le va a faltar nunca de nada, te lo garantizo", le dijo convenciéndolo. Tras ese viaje, el joven fue admitido en Periodismo por solo una décima, esas que ganó tras reclamar. La nota de admisión estaba por encima del 8,5 y él tenía un 8,6. Esta [mi historia], que cambió totalmente mi vida me la ha recordado un libro cuya lectura, que no deja indiferente a nadie, recomiendo, Los ídolos de bronce, del escritor y periodista Francisco A. Carrasco, obra en la que el azar marca a su antojo la vida de sus protagonistas. Continuará.

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