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Imagine por un momento que todos los israelíes fueran evacuados de su actual ubicación para llevarlos al Estado de Wyoming, un lugar amplio en el continente americano que podrían ocupar sin estrecheces, sin franjas para acorralar a nadie y sin amenazas terroristas. De paso, quizás Oriente Próximo también quedaría liberado de muertes, guerra y hambre. Sólo quizás.
Puede pensar que esta solución quirúrgica y expeditiva al conflicto de Palestina es un chiste de mal gusto en un momento como este o una idea inspirada en el antisemitismo. Pero su ideólogo, de origen judío, no es considerado sospechoso en ese sentido, aunque sí habrá en nuestro país quienes lo cataloguen de cultureta, pijo-progre o izquierdista, pese a ser esa izquierda norteamericana que engloba todo lo que hay al otro lado de Donad Trump. Paul Auster, fallecido hace pocos días, nos dejó huérfanos de literatura, pero también de ideas sobre cualquier aspecto de la vida, incluyendo la muerte y la guerra, por muy antagónico que resulte.
Durante sus últimos meses en Cancerland, descritos con doloroso atino por su esposa, la escritora Siri Hustvedt, este intelectual que ejerció de neoyorquino como pocos y con ascendencia polaca, pudo conocer en el fin de sus días lo ocurrido en la Franja de Gaza. Aquel diálogo epistolar que mantuvo entre 2008 y 2011 con el premio Nobel J. M. Coetzee (publicado con el título Aquí y ahora), donde Auster ironizaba sobre la soberbia del Gobierno israelí en su relación con Palestina mediante la idea de regalarles una parte de Estados Unidos, merece hoy una relectura y hasta su prescripción general.
Auster se marchó de este mundo antes de asistir al recrudecimiento del conflicto, con una nueva ofensiva militar y otra evacuación de la población gazatí. También se ha perdido un acontecimiento de paralelismos evidentes con aquel abril neoyorquino de 1968 que fue un pasaje recurrente en la obra del escritor. Me pregunto cómo lo haría, con qué nos sorprendería después de ver estos días a las élites estudiantiles norteamericanas prender la mecha de las protestas pacifistas en universidades de todo el mundo y el efecto ciclón que todo esto ha provocado, hasta llegar a la movilización de nuestros estudiantes locales. Como en Columbia, aquí también hay realidades paralelas, la de las acampadas y la del traje de graduación, la de los comunicados pacifistas y la de los convenios económicos. Todos ellos, aquí y ahora, como Auster y Coetzee, están escribiendo una parte de la historia y nos invitan a reflexionar.
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