Si el sábado también vamos con prisa, mal vamos". Es lo que me dijo un señor de mediana edad la semana pasada mientras esperábamos con cierta paciencia a que llegara nuestro turno en la cola del supermercado. Amablemente le cedí el turno porque él solo llevaba dos barras de pan y yo llevaba, digamos, el carro bastante lleno con los avíos suficientes para subsistir una semana más. Rechazó mi ofrecimiento y me espetó esa frase inicial con total razón.

Al salir, me pregunté: ¿y si tiene razón? Eso de no tener prisa, pero no solo el sábado, sino cualquier día de la semana. En un primer momento, me extrañaron mis dudas porque para quienes trabajamos por turnos un sábado, digamos, es un día más, pero para quienes trabajan de lunes a viernes debe ser el inicio del fin de semana y, de manera lógica, una jornada para dedicarla al descanso. Sin embargo, en muchas ocasiones dejamos para ese día en el que no hay que ir a trabajar para hacer todo lo que no se puede hacer el resto de la semana. Compras, comida, lectura, un cine, quedar con los amigos y, por qué no, no hacer nada y disfrutar de ello, si es que se puede.

Hemos convertido los fines de semana en jornadas maratonianas en las que, incluso, no hay tiempo suficiente para llegar a todo y llega el domingo con más cansancio del acumulado por el trabajo. Viajes que comienzan a horas intempestivas -por aquello de sacar el billete al menor precio posible-, visitas exprés a cuantos más monumentos o sitios con encantos y su preceptiva foto para dar fe de la aventura, una quedada con los amigos de apenas una hora -son las que más merecen la pena-, estar con la familia, hacer su poquito de ejercicio físico -que tampoco está mal y hay que desentumecer los huesos después de una semana con el culo pegado a la silla demasiadas horas- y ya si hay niños en casa, pues la agenda se complica sobremanera y no hay forma de ajustarla.

Así que tras un debate interno después de que el caballero me dijera eso de que mal vamos si el sábado también vamos con prisa, me vino a la mente aquella quimera de la racionalización de horarios -tan pregonada por numerosos sectores y ahora silenciada- y me pregunté qué pasó con aquello y si seríamos capaces de implantarlo en nuestras vidas. También pensé que siempre vamos con prisa y que nos hemos metido en una espiral de la que no hay forma de salir, pero que a pesar de ello hay que pararse un momento -sea como sea- y pensar si realmente merece la pena, o no. Por cierto, mañana es sábado.

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