Catorce mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en tan solo dos meses en España. Concepción Fernández, una vecina de Posadas de 65 años, pasó ayer a formar parte de esta lista que refleja una masacre machista a la que hay que poner freno de forma inminente. No hay que dar rodeos con expresiones absurdas y llamar a las cosas por su nombre: estamos hablando de un tipo de terrorismo ejercido desde lo más íntimo, desde los hogares, que está acabando con mujeres de todas las edades y con sus hijos, que lo sufren de forma colateral. Y como terrorismo que es, el Estado debe actuar ya imponiendo medidas encaminadas a atajarlo de raíz, ya que las frías estadísticas reflejan que lo que se está haciendo no es suficiente.

El mensaje de "tolerancia cero" con las actitudes machistas y contra la violencia a las mujeres ya lo conocemos y no está dando resultados. De hecho, nos están matando y aún hay quienes niegan la evidencia. Siento asco cada vez que escucho las teorías de los que intentan desacreditar la lucha contra la violencia machista con datos inventados de denuncias falsas (sin duda, las que se producen deben ser castigadas legalmente), enmascarando una realidad que le puede tocar a cualquiera; a sus hijas, a sus nietas, a sus hermanas, a sus sobrinas o a sus propias madres. Ninguna mujer está libre de pasar por una situación así a lo largo de su vida.

Es más, los psicólogos especializados en la atención a las víctimas advierten de que cada vez son más jóvenes y, en muchos casos, ni siquiera son conscientes de que están siendo objeto de maltrato. Por eso, la educación tiene un papel fundamental en este asunto. Es necesario desterrar y destapar conductas de apariencia romántica que en realidad esconden micromachismos y actitudes posesivas. Hay que dejar atrás la galantería de otra época; esa que trataba (y trata) a las mujeres como si fuésemos el sexo débil. Como si no tuviéramos manos para ponernos una chaqueta o acercarnos una silla, o no fuéramos capaces de elegir la ropa con la que vestirnos. Y estos son solo tres ejemplos. Soportamos el dolor más y mejor que los hombres, somos capaces de abrirnos en canal y traer a un bebé al mundo y hay mujeres que se ven obligadas o deciden ser madres solteras, sacando adelante a sus hijos en la vorágine que supone el mercado laboral, muy discriminatorio para nosotras, como advierten todos los estudios. Claramente, no somos el sexo débil, pero en esta lucha sí necesitamos el apoyo de nuestros compañeros; padres, hijos, maridos, novios y amigos, porque la batalla contra la violencia machista no es solo cosa nuestra, la tenemos que ganar entre todos.

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