Haciendo un esfuerzo importante por desviar la mirada de Génova, de Sol, del espionaje, de comisiones derivadas de una contratación pública, de detectives y presuntas corruptelas, intentaré no verter más opinión sobre eso, porque ya tenemos brillantes analistas y opinólogos que vienen desmenuzando en columnas y artículos la cosa de Madrid.

Yo, que no milito y ahora que mi afiliación lo es a la crianza, como madre de provincia se me antoja más inmediato y trascendente para mis días, mis niñas y sus cositas. Ellas están en esa fase en la que el mundo pasa por el cole, las primas, las extraescolares y las meriendas con la abuela. Como todos, van formando su entorno y las disputas del recreo son las grandes crisis que abordamos a la hora de la comida, por mucho que Teodoro García Egea ande de fondo en la tele, lanzando huesos de aceituna o dando la réplica a la presidenta madrileña.

Mi hija Claudia nos cuenta que su amiga de clase se ha ofendido porque ella ha resultado elegida para liderar el equipo de mates. Después de una mirada de reojo a la tele, nos centramos en el proyecto de cálculo mental y en el sentido y el valor del liderazgo. Intentamos explicarles -tal y como nosotros lo concebimos- que nadie debe sentirse ofendido porque alguien sea mejor, que admirar a los compañeros y reconocer su valía es importante, pese a que el faldón del telediario nos juegue una mala pasada y mande mensajes contradictorios.

Si en el grupo de WhatsApp de la clase de mi hija pequeña se desencadena una crisis porque una madre replica ante la mala contestación de uno de los mellis al más tímido del aula, la participación en el foro pasa por quienes intentan mediar, los que no se mojan, los que adulan sin más o los que, sin posicionarse, dicen tender puentes a la conciliación cuando solo buscan evitar posicionarse con quien puede resultar perdedor, porque como en los partidos políticos, intuyo que en el chat de grupo todo son buenas caras, aplausos y caritas sonrientes, y las valoraciones sinceras y despiadadas se vierten en los chats paralelos para pasar, ahí sí, a despellejar al disidente sin mesura.

Después de intentar inculcar que cualquier conflicto con un compañero pasa por el abordaje sincero, el cara a cara, empezar a condenar a los correveydiles y que jamás se deben usar malas artes, mi marido opta por apagar la tele. Porque en eso de la educación y las pautas para la ética, hay ruidos de fondo que no ayudan.

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