En el Colegio La Salle, allá por los altos de La Azurrafa, están de luto por la muerte, ya octogenario, del hermano José Luis Palmero, conocido por sus alumnos como el Benito. Tipo legendario para todos los que tuvimos la fortuna de asistir a sus clases, fortuna que ahora, pasado el tiempo, se ve con claridad aunque entonces, en la granítica adolescencia, no la viésemos tan clara. Porque el hermano José Luis era una leyenda, el primero del que te hablaban una vez ponías un pie allí. Yo llegué a La Salle un poco de rebote y sólo por un año, para cursar COU. Nueve meses tan sólo, pero intensos. Y nada más salir al primer recreo, mientras zampaba el muy lasalliano bocata de atún con tomate, ya me encontré con los primeros comentarios: "Prepárate para estudiar duro porque el Benito aprieta que no veas". Era un tipo, el hermano José Luis, de lo más curioso. Elegante a la británica: pantalón gris marengo de pinzas, americana azul marino cruzada, camisa de cuello tieso como un guarda, corbata y pisacorbatas. Por entonces ya canoso, estaba en la sesentena, y siempre peinado con pulcritud. José Luis nos daba Historia e Historia del Arte y sus clases eran un prodigio de concreción. Nada de andarse por las ramas ni de perderse en eternas digresiones personales, que yo había sufrido por parte de otros profesores más soñadores y caóticos. La historia contada en fin con la objetividad que se puede contar, sujeta siempre al libro de texto, y acompañada de unos cuadros nemotécnicos que ayudaban a tragar con cierta levedad unos tochos de tamaño considerable. Los libros, por supuesto, se estudiaban hasta la última coma, pero con la fortuna de que cuando te ponías a estudiar sabías lo que había que estudiar. Al hermano José Luis le debo en parte mi curiosidad por la Historia Contemporánea, que sin la base que explicó día tras día no sería posible, y por eso lo incluyo en la nómina de mis profesores predilectos junto a otros bien distintos que me encontré a lo largo de los años por aquí y por acullá, y que van desde un republicano con bigote que me hizo amar la literatura a un filósofo ateo de hondo humanismo pasando por un cura vasco, más nacionalista que Arzálluz, que me hizo entender que la Teología es cosa de interés y no un oficio de beatos. Tipos muy distintos entre sí, pero unidos todos por lo mismo: por la vocación, la libertad de pensamiento, el sentido del humor, la inteligencia y la pasión por vivir. Rasgos que también definen al hermano José Luis, madrileño y enfervorizado madridista, muerto un 2 de mayo y al que muchos de sus alumnos jamás podremos olvidar. Descanse en paz este laborioso profesor en el que convivieron en sintonía la honda cultura con la fe.

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