Artur Mas, gran maestre hereditario de la logia del 3%, compareció hace un par de noches en La Sexta. Apareció allí con una sonrisa ladina y diciendo que andaba triste por los altercados del 1-O, aunque al mismo tiempo se sentía orgulloso -casi lagrimaba- de cómo el independentismo había obstaculizado la acción de la justicia. Mas, claro, lo dijo de otro modo, pero eso es lo que vino a decir. También, con su supremacismo profundo y su vanidad, explicó que esa Cataluña doctrinaria y corrupta que sus convergentes fundaron le parecía un país del siglo XXI, mientras que el resto de España está anclada, según él, en el XIX. Lo suyo era puro sectarismo, filfa, pero sí que le notaba la alegría de habérsela colado a la prensa internacional y a esos miles de inocentes que se creyeron el preparado docudrama de ancianas, urnas y polis en el que el Gobierno decidió entrar con altísimo coste y renta dudosa. Y es que esa batalla los indepes, al menos de primeras, la ganaron, quizá porque entendieron que en un mundo repleto de cándidos, de gente que desconoce la condición humana y que cree que Dostoyevski juega en el Spartak, de homo videns acostumbrados al fast food intelectual, puede lograrse derribar al Estado de Derecho por medio del estado del Facebook. El catalanismo construyó así su relato y camufló su esencia. Pasó del España nos roba, que ahora maquillan, al España es maravillosa pero queremos decidir, postura que uno de sus teóricos, el pseudofilósofo del fútbol y la secesión Pep Guardiola, va repitiendo por las televisiones. La muleta de la sociedad civil, con ANC y Ómnium tan fanatizadas como fanatizantes, le dio fuerza al asunto hasta lograr que la última tendencia sea difundir fotos de adolescentes en flor abrazadas con banderas independentistas y españolas, como si Forcadell no hubiese ya dado a entender que en una hipotética República los actuales militantes de PP o de C's iban a ser considerados ciudadanos de segunda. Mariano Rajoy, mientras tanto, o no captó tales sutilezas postmodernas o decidió que el viejo Estado de Derecho se acabará imponiendo al estado de Instagram. No optó en cualquier caso por utilizar la doble vía y difundir un relato justo de lo que para Cataluña ha significado pertenecer a la España democrática. Ley, ley y ley dijo, y en el fondo lleva razón. Pero quizá debería entender que los tiempos están cambiando. Estudiar cómo El Rubius se está haciendo rico. Saber que muchos niños de mayores ya no quieren ser policías sino youtubers. Aceptar que vivimos en un mundo líquido, que quizá andemos ya en una era en la que la legión del smartphone es capaz de ganarle la batalla a la Legión que fundase Millán Astray.

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