Mi hija Claudia ha descubierto una colección de cuentos que la tienen absolutamente fascinada, a veces es la última en acostarse por el enganche a su libro. Solo un capítulo más, implora cuando llega el grito para que se duerma. Ha descubierto ese placer y ya, el discurso sobre la compañía de los libros sobra en casa, solo lo recordamos con su hermana pequeña que, remolona y mucho más fresca, le pide que lea en voz alta para ahorrarse ella cualquier tipo de esfuerzo.

Para Claudia ha pasado a ser el regalo perfecto y pasa encantada hasta horas, ensimismada en las historias de sus Princesas Dragón. Comparte reflexiones y nos traslada apasionada las aventuras de Bamba, Koko y Nuna.

Tengo mucha curiosidad por ver cómo evolucionará Claudia como lectora, qué le gustará leer, qué leerá y, cuando lo pienso, recapacito hasta darme cuenta de que leerá lo que quiera y de que eso no necesariamente la definirá. Cambiamos, crecemos, nos equivocamos.

Compramos libros por convicción, por curiosidad y, a veces, hasta por aparentar. Al probarlos comprobamos que no son los nuestros y, que no por eso, somos menos nada de lo que pensamos que seríamos al leerlos.

Últimamente tengo la sensación de que en la lectura, como en las series o la música, las recomendaciones se han convertido en una especie de baremo intelectualoide, por el que medimos niveles de profundidad, frivolidad o simpleza. Simple esa medición nuestra.

Mi amiga Laura cuenta que hace años, al salir de la filmoteca de ver algo subtitulado y en la conversación sobre poesía, se liberó enormemente cuando en aquella pandilla de juventud, grupo de culturetas intensos, se atrevió a reconocer que a ella le encantaba Juan Luis Guerra y en particular Ojalá que llueva café el campo. Qué acierto y qué gran descarga. Qué liberador. Me encanta esa anécdota y me encanta Laura.

Yo reconozco que me entretengo muchísimo leyendo revistas de chismes, no invierto en ello, pero el ratito de la peluquería o en la sala de espera del dermatólogo las disfruto; desde hace un tiempo mi vecina Maricarmen me las manda por WhatsApp y agradezco enormemente ese momento. En off. Solo viendo fotos y leyendo titulares, sin profundizar mucho más, no hace falta más. Del barco de vapor a la novela negra, algo de poesía y poco de teatro, nuestras lecturas se van transformando, como nosotros.

Y es que medirse también en el ocio es un error. Y querer aparentar, una tentación humana de la que es recomendable huir. Mejor midamos solo nuestro propio disfrute e intentemos olvidarnos de apariencias y etiquetas.

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