Go Johnny, go -vete Johnny, vete- reza el estribillo de esa inmortal obra cumbre del rock and roll que hace ya bastantes décadas firmó el también inmortal pionero del género Chuck Berry -sí, esa canción que en la primera parte de Regreso al futuro versionea Marty McFly al más puro estilo de Jimi Hendrix-. Y Johnny [Hallyday] le ha hecho caso al maestro, se ha marchado rumbo a las estrellas, camino de la inmortalidad, dejando huérfanos a una legión de fieles seguidores, entre los que se encuentra uno de sus más aventajados discípulos, el también rockero del otro lado de los Pirineos Loquillo, con quien precisamente grabó hace unos años -incluida en el disco Balmoral- la canción que parecía poner letra a su epitafio, Cruzando el paraíso.

La prueba de la grandeza del mito tiene muchas fechas. Una de ellas es junio de 2003, cuando coincidiendo con su 60 cumpleaños Johnny Hallyday se encerró durante cuatro veladas en el parisino Parque de los Príncipes con Francia rendida a sus pies. El más que rockero galo -vivió al límite el estilo de vida del rock and roll- dejó sin taquillaje entonces cuatro veces el Parque de los Príncipes, donde congregó a 55.0000 personas por día. Loquillo y su guitarrista Igor Paskual fueron testigos de ese nuevo triunfo del mito y en la revista Efe Eme El Loco dejó claro lo que allí vivió en un artículo en el que insistió en que "el Boss [Bruce Springsteen] a su lado parece un artista de club, los Stones pueden aspirar, también a su lado, a llenar un palacio de deportes, como mucho, y el amigo Bowie, ni te cuento… ¡Johnny es mucho Joní!", escribió. Y es que Johnny Hallyday era como si en una coctelera mezclas a Elvis Presley con el propio David Bowie, un progresista del rock and roll, y muchísimo más. Johnny ha sido el intérprete de canciones que forman parte del patrimonio popular francés, una enorme figura mediática y una estrella musical y del espectáculo. Y lo que es más importante, Francia adora a Johnny, un símbolo tan francés como la Torre Eiffel, un visionario que supo mantenerse siempre actual y adaptarse al paso del tiempo hasta arrastrar a cuatro generaciones de fieles adeptos, grabar más de un millar de canciones y coleccionar innumerables premios. A él no le ha hecho falta poner rumbo a las estrellas camino de la inmortalidad para convertirse en todo un mito, al contrario de lo que suele ocurrir en países como España, donde somos demasiado poco agradecidos con nuestros artistas, por muy grandes que sean, y parece que llevemos en los genes el ir poco a poco deseando jubilarlos mientras más cantidad de velas de cumpleaños soplan. Johnny fue tan grande que en los últimos años de su vida Francia admiró también su combate contra el cáncer, contra el que luchó sobre los escenarios hasta que su salud dijo basta condenándolo a hacerle caso al maestro: "Go Johnny, go".

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