Homínidos sin camiseta

El torpe aliño indumentario de Antonio Machado halla su degradación entre los despechugados

Decía Nietzsche que todo espíritu profundo necesita una máscara. Lo cual lo traducimos, en versión bilingüe, como todo hombre de piel para fuera necesita una camiseta (lo decimos evocando de paso a Valéry, para quien nada había más profundo que la piel). El verano ha dejado de ser una postrimería de la memoria (ese sorbete del primer amor, ese ajuste del asombro entre la niñez y la adolescencia). Tanto en la urbe interior como en la costa, el verano suele reflejar el abuso de la libertad y la democracia. Pululan por calles y paseos marítimos los habituales homínidos que, como antaño Fraga, se creen que “la calle es mía”, ajenos a los mínimos pactos del decoro y la convivencia.

El torpe aliño indumentario de Antonio Machado halla su degradación entre los despechugados. Dícese del sujeto libérrimo que nos refriega su depravado derecho a no llevar camiseta. Hace nada quien decía Barcelona decía sus Ramblas indecorosas, con tipos en bañador y féminas en bikini. Hasta que la muy tolerante Ada Colau –¿qué ha sido de ti, Ada?– prohibió el excedente de carne a base de reconvenciones y multas. Muchas ciudades españolas atajan ya con sanciones la falta de urbanidad en sus calles (de 100 a 750 euros). En Alicante su Ordenanza de Convivencia Cívica prohíbe el desnudo urbano, aunque nuestro lugar favorito es el pueblo ibicenco de Sant Antoni de Pormany, donde ir vestido se considera una “obligación inexcusable”.

Pero maticemos. Uno se rinde de bruces ante un torso bello (sea el de Miguel Ángel Silvestre o el del Apolo aquel que salía en un anuncio de Dolce & Gabbana). Por supuesto uno está abierto al rosal de insinuaciones al que tanto tienden las Lolitas, Lolas y Lolunas con sus melifluos vestidos de verano. Incluimos hasta el encanto del pecho no binario, todo llano y ramificado de tatuajes, como el que gasta la sutil cantante LP. Pero cosa distinta es hacer de la calle una pasarela soez, donde cualquiera puede ir sin camiseta o mostrarlo casi todo salvo las tetas a las que tanto cantó la Bandini.

Una variante intolerable de lo soez es la del runner desprovisto de camiseta. “El buen corredor no deja huellas”, nos dice una enseñanza del Tao. Y nosotros, de nuevo, lo traducimos en edición bilingüe: “El buen corredor no deja su tren superior al aire”. A uno le gusta correr, pero sudando la camiseta, abstraído al modo pessoano (sufrir sin sufrimiento, querer sin voluntad, pensar sin raciocinio). Por eso nos repele toparnos con corredores sin camiseta de toda edad y de toda carne (rotunda, anodina o apergaminada). Multa, coerción y arresto si es preciso.

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