La brasa del psicólogo

Vete ya, agosto. Casi todo son noticias estrafalarias o desagradables. Pero hay escotillas para la esperanza

Agosto dejó de ser un erial sin noticias. La actualidad se desecaba, salvo algún apunte calamitoso y extranjero (recuerdo la agonía del K-141 Kursk, aquel submarino ruso de propulsión nuclear). Los medios salían así del muermo. La política de casa, dopada por mayorías absolutas, sesteaba en verano. Bendito sopor. Daba gusto observar la vida por entre el ala turbio de una mosca.

Agosto ya no descansa. La información es como un vertido de crudo. Las noticias asombrosas ya no causan asombro. Donald Trump, engendro vegano de color zanahoria, ya tiene su foto de ficha policial. Las condolencias de Putin por el muerto Prigozhin adquieren valor de obra de arte. Sin olvido de Tenerife, de Sicilia a Grecia arde pavorosamente todo lo que uno había admirado con arrobo en viajes de recuerdo y póstumo olvido. Surfeamos por entre olas de calor. Entre otros augurios felices se anuncia que París alcanzará los 50º en 2050. El rosa Barbie lo tiñe todo, pero la muñeca frívola y rubicunda se ha empoderado. Las noticias sobre el carnicero Daniel Sancho se descuartizan día tras día, como corresponde. En el trastero de casa se conforma el Congreso de las lenguas cooficiales. Al alimón discurre el ensayo de las investiduras imposibles. Del Mundial femenino, ganado felizmente en las Antípodas, se pasa sin transición al pasodoble de Rubiales y a la huelga de hambre de una Mater Dolorosa. Para colmo, dice Rosa Belmonte en su columna amiga que a Morante de la Puebla, vestido de torero, lo llaman gordo. Y a mi equipo, el Sevilla FC, lo llaman la Sin 0’0 porque lleva cero puntos de nueve en la Liga.

Vete ya, agosto. Casi todo son noticias estrafalarias o desagradables. Pero hay escotillas para la esperanza. Hay quien anuncia el fin del ‘reggaeton’ (se aviene el corrido tumbado del norte de México). José Manuel Soto asegura que se retira de los escenarios y de las redes sociales. Alabado sea Dios. La insolación de agosto da paso en septiembre al conocido émbolo del día a día. La rutina, o sea. Llega, por tanto, la hora estelar de los psicólogos. No habrá telediario sin su guarnición de psicología. Nos dirán cómo evitar los traumas en la vuelta al trabajo, a los colegios, a los espejos del cuarto baño. Se solemniza lo obvio. La sensatez se valora como psicoterapia. Pero todo seguirá igual, con o sin apoyo del gurú de turno. No importa que reemplacemos el abollado cerebro por otro. Dijo Woody Allen que si tuviéramos dos cerebros haríamos el doble de tonterías. Sólo queda aceptar lo que hay, brindar por ello y felicitarnos solos o en compañía porque por fin refresca.

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