Tinta y borrones

Fútbol

El partido del sábado concentró tantas emociones que no era sólo un espectáculo deportivo

El sábado después del pitido final en el estadio de El Arcángel, las casi 20.000 personas que arroparon a su equipo en ese partido clave ante el Sporting de Gijón cantaron al unísono el himno del Córdoba Club de Fútbol a capella, en un sonido que se ha convertido ya en un clásico ce la Liga y que es admirado por aficiones de todo el país. No entiendo de fútbol más allá de lo que aprendo al leer las crónicas de los grandes periodistas deportivos de este periódico y de la experiencia de tener dos hermanos y un padre futboleros. Sufridores del equipo de su ciudad y del Real Madrid uno y del Atleti otro -lo que los convierte en catetos o traidores, según ciertos sectores del cordobesismo-. Con ellos venía a El Arcángel algunas veces en la travesía de la Segunda B, también en Segunda y menos en Primera.

No había ido ninguna vez al estadio esta temporada hasta el pasado sábado, imagino que no soy digna de llamarme valiente y que para muchos seré una más de la que se ha apuntado al carro en el final de temporada. Lo asumo y me atrevo a opinar de un deporte que va más allá de lo estrictamente deportivo. Sé lo que es un fuera de juego, por si sirve para algo.

La cuestión es que en un partido de fútbol, en uno como el del sábado pasado de El Arcángel, hay tantas emociones que sería ridículo pensar que se trataba sólo de un espectáculo deportivo. Ahí estaba la alegría de mi padre, que se pensó hasta el último momento ir porque la última vez el Córdoba empató y vaya que fuera gafe. Sus salto en el primer gol y sus manos arriba en señal de victoria en el tercero. También las lágrimas del chaval de poco más de diez años que tenía detrás, los abrazos entre los amigos, la euforia de los que han hecho miles de kilómetros para seguir a su equipo.

Es la emoción de José Ramón Sandoval, un hombre al que no conocía hace unos meses y que ahora se ha convertido en el símbolo del cordobesismo. Para ser buen periodista hay que ser buena persona, no sé si esta máxima se puede aplicar al mundo de los entrenadores, pero estoy convencida de que Sandoval es una buena persona y por eso ha conseguido -junto a los jugadores y a la afición- esta gesta. Porque más allá de la permanencia en Segunda, lo que se celebra es la recuperación de la identidad de un club al que todo el mundo daba por muerto. Volver a creer no tiene precio y merece, claro que sí, todas las celebraciones posibles.

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