En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Estimado Cristiano

Estimado Cristiano, estimado Ronaldo: antes de nada, quiero darle mi más cordial enhorabuena por el partido que se marcó contra el Atleti en la vuelta de los octavos de final de la Champions y mostrarle también mi más incordial repulsa por ese gesto dirigido a la afición colchonera llevándose las manos un par de veces a ese miembro que por ese tocamiento alevoso de mal gusto parece que es algo menudo. Y, de paso, le pido perdón por tener la osadía de, yo pequeño ser ante su grandiosidad, dirigirme a todo un Dios. Yo jamás pondré en duda que es uno de los mejores de la historia en lo que a jugar a ese deporte -que, lo siento, usted no inventó, en todo no se puede ser el primero- se refiere, pero... no sé si sabe quién es Jabo Irureta; claro, se quedó a años luz de usted en lo que a fútbol se refiere y usted está reñido con los mediocres. Irureta -quien fuera jugador del Athletic Club y del Atlético de Madrid y posteriormente entrenador del SuperDepor- aseguró que el fútbol no le había dado dinero, pero que lo había hecho hombre, un hombre humilde que respetaba al contrario y a las aficiones rivales, respetos que en su caso brillan por su ausencia. Le reconozco que usted es un hombre hecho a sí mismo, que gracias a su talento salió de la pobreza y sacó a su familia de ella, pero... no le culpo, usted y su manera de menospreciar a los demás representan la imagen perfecta de lo que ha llegado a ser esta sociedad en la que el otro importa menos que una mierda.

Recuerdo ese día de enero de 2015, cuando fue expulsado en un Córdoba-Real Madrid y su deidad se fue a los vestuarios limpiándose el logo de ese título de Campeón del Mundo de Clubes que juegan equipos que en España no estarían ni en Tercera División, menospreciando a la afición blanquiverde, la de un equipo humilde. Quizás no entendieron que ese gesto no fue más que hacer carne uno de los mandatos que Jesús le dio a sus apóstoles en aquel pasaje del Evangelio según San Marcos en el que los envió a evangelizar y en el que les ordenó que "si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa". No iba a ser menos el discípulo que el maestro, ¿verdad?

¿Sabe? Me da pena que haya niños que acaben catequizados en la egolatría más absoluta que su deidad predica con ese comportamiento que está muy lejos de la palabra respeto, por mucho que blasfemen contra su deidad las aficiones enemigas -ese tipo de actitud de las aficiones yo jamás lo bendeciré, que conste-. Pero bueno, qué vamos a esperar si hemos contemplado cómo muchos de sus fieles devotos le hicieron pasillo en su entrada a los juzgados para declarar por haberse quedado con el diezmo fiscal de los españoles, mientras Hacienda nos aprieta año tras año a los mediocres.

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