Con frecuencia se critica a algunos políticos su tendencia a acumular, incluso acaparar, múltiples y variados cargos: están al mismo tiempo mandando en el partido -en cualquiera de ellos, que esto no es patrimonio de ninguno- y ocupando cargos de mayor o menor responsabilidad en el gobierno o en los parlamentos. Es verdad que la mayoría de las veces esas críticas proceden de compañeros de partido que contemplan esa situación como un tapón a sus propias aspiraciones, o de líderes de esos mismos partidos que ven paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio y utilizan ese argumento para eliminar a alguien por razones más o menos confesables: castigar al disidente o que corra la lista en beneficio de alguien más próximo o a quien se haya que colocar son los casos más frecuentes.

No comparto esas críticas con carácter general. Tampoco las rechazo. Critico por supuesto que esas objeciones a la compatibilidad de los cargos las usen quienes la practican o que se usen para eliminar al compañero incómodo. Está más que claro que en todos los partidos importantes en España hay políticos con capacidad sobrada y demostrada para desempeñar dos o tres cargos al mismo tiempo, y otros tan inútiles que hasta uno sólo les viene más que largo. Tengo sobre eso, por tanto, una opinión bastante gallega: depende.

El Partido Socialista ha sido y sigue siendo un buen ejemplo de esa tendencia a la acumulación de poder en pocas manos. Susana Díaz es secretaria general del PSOE-A y presidenta de la Junta; Juan Pablo Durán ha sido durante muchos años secretario general del Partido y, al tiempo, presidente del Parlamento de Andalucía; Antonio Ruiz lo es ahora, y a falta de uno, lo simultaneará con otros dos cargos. Podríamos seguir así hasta la extenuación. Pues bien, pese a ello, esta semana han pretendido hacernos creer que la responsabilidad de la secretaría de organización del PSOE en Córdoba es imposible compatibilizarlo con el cargo de delegada de la junta en la provincia… Y que su titular, Rafaela Crespín, ha pedido su relevo para centrarse en el partido.

Estamos ante un cese. Un aviso a navegantes. Vuelve, si es que alguna vez se fue, el que se mueve no sale en la foto. Y la alcaldesa, habitualmente sigilosa, se ha movido. Lo que le faltaba a Córdoba: reprobada por la ciudadanía, con sus compañeros de gobierno ojipláticos -su comportamiento en el tema del Cercanías puede pasar a los anales municipales de la cobardía política- y con su partido enviándole señales de absoluta desconfianza. Poco podemos esperar de lo que queda de legislatura.

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