Orquesta de Córdoba | Crítica

Romanticismo

La Orquesta de Córdoba, en su quinto concierto de abono.

La Orquesta de Córdoba, en su quinto concierto de abono. / Juan Ayala

Puede que las creaciones de la música culta de más amenazada permanencia en la sociedad acelerada de hoy sean aquellas que estiran el tiempo dentro de las dimensiones monumentales de antaño. Las que exigen la disponibilidad y el esfuerzo de la paciencia. Muchas de esas obras fueron creadas bajo el influjo de la sensibilidad romántica, la estética de la evasión en el tiempo y en el espacio.

Las tres obras que la Orquesta de Córdoba hizo sonar en su quinto concierto de abono tenían en común ese impulso romántico del alejamiento: hacia las costas de Noruega, escenario idealizado de la bella partitura de Pedro Miguel Marqués (1843-1918), hacia los pasados remotos de nuestra ciudad, evocados en Entrepuentes de Jorge Horst (1963), hacia una naturaleza medieval (o, más bien, primigenia o intemporal) en que se desenvuelven las alegrías y terrores del alma humana según la sensibilidad mística de Anton Bruckner (1824-1896).

Hubo momentos de muy alta calidad interpretativa en los cuatro movimientos de la 'Sinfonía n. 4' de Bruckner

Empezando por esta última, que ocupó la segunda parte del concierto, me gustaría resaltar la valentía de Carlos Domínguez-Nieto programando una obra exigente en cuanto a duración, plantilla y dificultad, así como sus evidentes solvencia técnica y calidad artística llevándola a muy buen puerto. Me produjo gran admiración el desempeño de todos los músicos, que hicieron sonar maravillosamente casi cada frase de esta obra mítica. Los pequeños tropiezos (pequeños desajustes en algunas entradas de los metales) fueron nimios, nunca estructurales y de sobra compensados por los numerosos aciertos. Hubo momentos de muy alta calidad interpretativa en los cuatro movimientos, muy especialmente en el andante sobrecogedor y en el tormentoso finale. Larguísima ovación.

La primera parte fue igualmente brillante. El preludio de la zarzuela de Pedro Miguel Marqués sonó impecable y rotundo. Carlos Domínguez-Nieto extrajo de la orquesta, ya en esta primera pieza, todas sus potencialidades: claridad de fraseo, vigor rítmico y flexibilidad dinámica.

El estreno del compositor rosarino Jorge Horst dedicado a Córdoba (Entrepuentes, 2018) constituyó otra gran sorpresa de la velada. Creo que su disfrute se intensificó gracias a la previa explicación del director, ilustrada con fragmentos. La obra tiene tres movimientos evocadores de otros tantos paisajes temporales de la ciudad: su pasado romano (Corduba), los tiempos andalusíes (Qurtuba) y el siglo XX (Yadda Antonia). Por su trabajo sutil y plástico sobre las texturas, creo que se escucha como una especie de impresionismo de vanguardia. Esa escucha fue, por cierto, parcialmente dificultada en el delicado segundo movimiento por las toses pertinaces del respetable.

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